Hoy hace trece años exactos de aquella lección de maestría al volante que nos regalaron by the face Fernando Alonso y Michael Schumacher en los compases finales del Gran Premio de san Marino 2005, y aprovechando la efeméride me apetece echar el ratito hablando de si el espectáculo, nuestro espectáculo, ha mejorado desde entonces...
Y es que sí, por muy chocante que resulte, todas las maniobras orquestales en la oscuridad ejecutadas desde ese momento (a esta parte) por la FIA, el FOM y los equipos, iban teóricamente encaminadas a mejorar el asunto aunque a la postre me da que todo se ha quedado en sí, por mis cogieron que lo han mejorado, ya te digo yo que sí.
El asunto pasaba porque admitiéramos como contraproducente o negativa una de las cosas que más dignifican nuestro deporte: la escasez de adelantamientos, y que a partir de interiorizar el concetto —¡ay, Pepiño, qué grande eres!—, arrimáramos el hombro a la causa del apparátchik por hacerlos sencillotes, asequibles y democráticos, con la promesa de que a cambio alucinaríamos en colores y tal.
Hombre, no voy a negar que a priori no estaba mal la idea de apoyar el espectáculo en el aumento de los episodios que más atraen a los aficionados durante una carrera, otra cosa es que se hayan vulgarizado hasta el extremo de que los que continúan gustando en la actualidad son los mismos de antes: los trabajados, donde se perciben el arrojo, la habilidad y la inteligencia del piloto que quiere adelantar, y las agallas, manos y cabeza de quien no quiere ser adelantado.
Mi abuela diría que para este viaje no hacían falta alforjas, porque lo cierto es que en el instante de nuestra historia que he tomado como detonante de este texto Michael no pudo con Fernando, lo que no le quita ni un ápice de intensidad.
Al final, pienso, los buenos adelantamientos, los que siguen gustándonos en la actualidad a pesar de la desigualdad en pista y el bendito DRS, mantienen intacta ésa intensidad de la que hablaba hace unas líneas.
Y es que el adelantamiento tiene que resultar caro de conseguir para quedar grabado en el recuerdo, ya que en caso contrario queda patente la diferencia existente entre pilotos y máquinas y ahí no hay mucho esfuerzo que valga pues las cosas salen más o menos como están previstas. Lo bonito ante este tipo de lances —es mi parecer—, está en saber que puedes asistir a un estímulo único, intenso, irrepetible o complicado de volver a ver, como aquel duelo sobre el circuito de Ímola del que hoy celebramos su decimotercer aniversario.
Os leo.
Y es que sí, por muy chocante que resulte, todas las maniobras orquestales en la oscuridad ejecutadas desde ese momento (a esta parte) por la FIA, el FOM y los equipos, iban teóricamente encaminadas a mejorar el asunto aunque a la postre me da que todo se ha quedado en sí, por mis cogieron que lo han mejorado, ya te digo yo que sí.
El asunto pasaba porque admitiéramos como contraproducente o negativa una de las cosas que más dignifican nuestro deporte: la escasez de adelantamientos, y que a partir de interiorizar el concetto —¡ay, Pepiño, qué grande eres!—, arrimáramos el hombro a la causa del apparátchik por hacerlos sencillotes, asequibles y democráticos, con la promesa de que a cambio alucinaríamos en colores y tal.
Hombre, no voy a negar que a priori no estaba mal la idea de apoyar el espectáculo en el aumento de los episodios que más atraen a los aficionados durante una carrera, otra cosa es que se hayan vulgarizado hasta el extremo de que los que continúan gustando en la actualidad son los mismos de antes: los trabajados, donde se perciben el arrojo, la habilidad y la inteligencia del piloto que quiere adelantar, y las agallas, manos y cabeza de quien no quiere ser adelantado.
Mi abuela diría que para este viaje no hacían falta alforjas, porque lo cierto es que en el instante de nuestra historia que he tomado como detonante de este texto Michael no pudo con Fernando, lo que no le quita ni un ápice de intensidad.
Al final, pienso, los buenos adelantamientos, los que siguen gustándonos en la actualidad a pesar de la desigualdad en pista y el bendito DRS, mantienen intacta ésa intensidad de la que hablaba hace unas líneas.
Y es que el adelantamiento tiene que resultar caro de conseguir para quedar grabado en el recuerdo, ya que en caso contrario queda patente la diferencia existente entre pilotos y máquinas y ahí no hay mucho esfuerzo que valga pues las cosas salen más o menos como están previstas. Lo bonito ante este tipo de lances —es mi parecer—, está en saber que puedes asistir a un estímulo único, intenso, irrepetible o complicado de volver a ver, como aquel duelo sobre el circuito de Ímola del que hoy celebramos su decimotercer aniversario.
Os leo.
Un adelantamiento «único, intenso, irrepetible o complicado de volver a ver» es el de Fernando a Michael en la 130R.
ResponderEliminarGrabado en el recuerdo.
Saludos
De aquella excelsa carrera sólo recuerdo un adelantamiento , que le hace Schumacher a Button en la variante alta , que fue escalofriantemente brutal...
ResponderEliminarLe leo maestro
Totalmente de acuerdo, seria igual de intenso un adelantamiento como el de Hakkinnen a Schumi en Spa con DRS? O si se hubieran adelantado previamente cada vuelta? No, la emoción está en conseguir esa gesta unica, como bien dices, maestro.
ResponderEliminarA mi el drs me parece un mal necesario. Lo que habría que conseguir es que los monoplazas puedan ir pegados al rebufo sin sufrir turbulencias y que a su vez los neumaticos no se destrozasen por ello. Sólo consiguiendo eso mataremos a la bicha.
ResponderEliminarYo veo un tenue pero saludable síntoma: los coches ahora pueden salirse de la trazada ideal en algunas curvas, y pelear posición. Hace unos años era impensable ir por lo sucio, pero el efecto suelo, las baterías y algunas buenas manos nos permitieron disfrutar un poco más, por ejemplo en China.
ResponderEliminarOjalá la tendencia siga y se termine descartando el DRS.