sábado, 28 de octubre de 2017

¡Que viva México!


El Gran Premio de México ha echado a andar y aunque comprendo que no parecen horas para ponerse a escribir, al menos desde Gorliz, no quiero desaprovechar la oportunidad que me brinda haberme despertado casi cuando otros se acuestan en España.

Sea como fuere, el país azteca ha sufrido lo indecible este año. Terremotos, huracanes... Si la felicidad fuese un pecado capital, nadie diría que la naturaleza no haya tratado de vengarse del orgulloso pueblo mexicano por puritita envida, con escaso éxito, por cierto.

El Hermanos Rodríguez colgaba ayer o anteayer el cartel de completo, lo que nos asegura vivir una carrera dibujada a lo Monza. Color, gentío, un sonido ambiente que hará palidecer de envidia a los afónicos puntales de la tecnología que ya han comenzado a circular sobre su pista a toda pastilla. Pero si en Italia el detonante oficial es Ferrari, en México cabe decir que el sumo sacerdote es el automovilismo como chispa que alimenta el fuego de la alegría.

De las pocas cosas que he alabado a Bernie mientras controlaba el negocio, destaca sin duda su perspicacia para situar el Gran Premio de Brasil al final de la temporada. 

Abu Dhabi no deja de ser una cosa sosa que sucede como cierre de la campaña en un circuito soso, incluso cuando ha valido el doble que Mónaco, Monza o Spa-Francorchamps. Interlagos es vida, nos deja siempre un grato sabor de boca al término de la cinta... Pues bien, la incorporación del Gran Premio de México en 2015 supuso una vuelta de tuerca a este planteamiento. 

Da lo mismo qué o quién se juega algo en el Hermanos Rodríguez, si es que queda algo por jugar, los mexicanos nos harán olvidar las gomas Pirelli, el caudalímetro y el aceite en mezcla, las mezquindades de Charlie Whiting y la soberbia del paddock... Todo pasa a un segundo plano.

Dicen los pilotos que el ambiente se siente incluso en el interior del habitáculo y con el casco puesto, y es comprensible que así suceda porque México sólo hay uno. La sesión transcurre entre infinidad de ruidos surgidos de las entrañas del propio deporte, pero en el país norteamericano la escandalera la impone el aficionado y resulta complicado sustraerse a esa marea festiva.

A cuenta del Gran Premio de los USA, escribía hace relativamente poco que la prueba en el COTA ganaría mucho si fuese adelantada en el calendario, pero en el caso de la carrera azteca tengo que reconocer que está ubicada en el lugar exacto. Las novelas, las películas, los espectáculos, para funcionar y convencer precisan de un momento único como antesala a las últimas páginas, el último capítulo, el último truco o los últimos minutos del metraje... 

La cita de este fin de semana viene a ser la ramita de perejil que pone a sus platos Karlos Arguiñano antes de presentarlos en la mesa. Seguramente podríamos sobrevivir sin ella, pero admitámoslo: todo sería distinto e infinitamente más triste.

¡Que viva México! Os leo.

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