Los Metabarones

La sensación, cada vez más extendida, de que la normativa deportiva podría no ser igual para todos los integrantes de la parrilla, no hace hace otra cosa que poner de relieve que el negocio podría estar cuidando más y mejor a determinados productos.

Soy plenamente consciente de que el reglamento es único aunque en su aplicación parezca el misterio de la Santísima Trinidad, pero como muestra mayor sensibilidad punitiva con determinados conductores, habiendo tanto dinero en juego es tremendamente sencillo colegir que hay un cierto interés en que esto siga siendo así in saecula saeculorum. Amén, que decía aquél.

Carrera tras carrera escuchamos el mantra de que es un completo sindiós que una cosa tan sencilla como aplicar un mismo paquete de reglas resulte a la postre algo tan arbitrario, pero nadie lo cambia.

Ayer, a cuenta del enésimo descenso a los infiernos de la figura de Nico Rosberg, costaba abrise paso entre tanto prejuicio como abunda en la red de redes, siquiera para explicar que a lo peor la imagen tibia del alemán tiene mucho que ver con que no se le tolera ni una décima parte de lo que se consiente a su compañero.

Hamilton, Vettel, y ahora Verstappen, comparten además de numerosas virtudes al volante, que sus respectivas carreras en equipos de elite (McLaren y Red Bull, concretamente) han dado comienzo bajo el manto protector de Charlie Whiting. En principio ni es bueno ni malo —ni siquiera ha impedido que se hayan comido alguna que otra colleja—, aunque para lo que nos ocupa, dibuja un escenario preocupante que me parece interesante tener en cuenta a la hora de clasificar a los pilotos como bravos o blanditos.

La normativa es como la linde de la pista, y mientras para unos la escapatoria es de cemento y tras un desliz les permite volver al asfalto sin mayores consecuencias, para el resto supone una zona de gravilla donde es posible, más que posible, quedar atrapado, volcar, o dar por terminada la carrera.

El conductor de monoplazas mide los riesgos, se enfrenta o huye de ellos y termina por asumir la situación modelando por completo su forma de llevar el vehículo y comportarse con los rivales, en esto creo que podemos estar de acuerdo. Pero si siempre es la misma historia y recibe más castigo o castigo a secas donde otros salen de rositas, acaba interiorizando que hay cosas que no puede hacer no porque lo prohiba la normativa, sino porque puede caerle la del pulpo por ser quien es.

En este sentido, la responsabilidad de Whiting y su peña se presupone elevadísima, pues define quién está llamado a engrosar las filas de los diablos plebeyos y quién oirá el tilín-talán que sólo escuchan los integrantes del linaje de los Metabarones.

Pero ya conocemos al británico y su alto sentido de la responsabilidad, y puesto que al final la culpa de todo esto también la podría tener el alonsismo, me limito esta mañana a daros alpiste y miguitas de pan para que os entretengáis durante la jornada pensando en que tal vez las cosas no sean blancas ni negras, sino más bien, como dejan los de arriba que las veamos. Ser bravo es una cuestión de que te dejen serlo, y ser blando, también, que lo de la visibilidad no es un fenómeno nuevo y funciona incluso en los supermercados, sin que una mayor o mejor presencia en las estanterías se corresponda con eso tan escaso que llamamos calidad.

Os leo.