En el cuadernito donde apunto mis tareas pendientes, tengo anotado: sufrir fobia social antes de Navidad.
No es que me encandile la idea. A ver, si estuviera perdidito por paladear la angustia que produce a las víctimas de este mal el contacto con la gente, hace tiempo que habría cumplido ese sueño inaccesible y no lo tendría señalado sin tachar en el cuadernillo de marras. Me intriga, eso sí, y querría experimentarlo siquiera un momentito, más que nada por ver si me estoy perdiendo algo.
Es tan evidente el miedo a la intemperie que muestran los que tienen miedo de abandonar el caparazón, que resulta entrañable verlos asomar ojillos y orejas para terminar conjeturando humedades, alarmas, ofensas y demás parodias, mientras el mundo sigue circulando a nuestro alrededor como si tal cosa y mientras los de la concha recuerdan a Ayrton.
Machacamos como afición a la cadena que retransmite en abierto la Fórmula 1 y machacamos también a la que lo hace bajo la fórmula pay-per-view. Nos quejamos constantemente de las gabelas publicitarias, y nos quejamos of course!, de que no existan empresarios aquí, en nuestra tierra, con arrojo suficiente como para abordar seriamente —esto es muy importante— un patrocinio en la máxima disciplina.
Y Roberto cae en combate por falta de apoyo económico, y nos dolemos como colectivo pero entendemos que esto siempre ha sido así y que sin euros no se llega a ninguna parte en F1. Y reflexionamos. Que no falte. Unos más y otros menos, obviamente.
Viéndonos, nadie negaría que no nos guste reflexionar desde la protección de nuestros respectivos caparazones, pero fundamentalmente sobre los caballos ganadores: Ferrari, Mercedes AMG, quizás Williams o Lotus, o Force India. Son ingleses o italianos, o alemanes, y ya se sabe, el alonsismo surgió aquí porque a Bernie le interesaba nuestro bendito país como mercado emergente, y las televisiones ganaron adeptos porque la triste realidad de nuestro deporte en España resulta exportable en los foros británicos como el Toro de la Vega, como los pésimos números de Carmen Jordá o la pobre carrera profesional de Jaime Alguersuari, o aquella licencia que nunca tuvo María de Villota, o aquella historieta de Mortadelo y Filemón que conocimos como Hispania o HRT...
Apostamos a que Carlos hinca la rodilla ante Max, a que Fernando no remonta, y entre medias, cae nuestro eslabón más débil pero lo comprendemos, cómo no íbamos a hacerlo, si lo que nos pasa es que no sabemos hacer otra cosa que meternos con Vettel o Hamilton porque el asturiano está acabado, o porque somos una panda de envidiosos ya que eso es lo que vende.
Sin duda mi cajita es más grande que otras. A ver, si fuese pequeña sabría lo que es la fobia social de los cogieron, creo que nos entendemos. Además, quién es el guapo que no tiene alrededor cuatro lindes y un techo que lo demarquen. Pero sigo intrigado con eso de vivir en un espacio cerrado y minúsculo, donde se disfrutan orgasmos, inquietudes, agravios y felonías, mientras el mundo y sus rutinas nos pasan por encima día sí y día también, y desde donde es posible encontrar explicación a todo recurriendo a que esto siempre ha sido así.
Seguro que me pierdo algo. Os leo.
No es que me encandile la idea. A ver, si estuviera perdidito por paladear la angustia que produce a las víctimas de este mal el contacto con la gente, hace tiempo que habría cumplido ese sueño inaccesible y no lo tendría señalado sin tachar en el cuadernillo de marras. Me intriga, eso sí, y querría experimentarlo siquiera un momentito, más que nada por ver si me estoy perdiendo algo.
Es tan evidente el miedo a la intemperie que muestran los que tienen miedo de abandonar el caparazón, que resulta entrañable verlos asomar ojillos y orejas para terminar conjeturando humedades, alarmas, ofensas y demás parodias, mientras el mundo sigue circulando a nuestro alrededor como si tal cosa y mientras los de la concha recuerdan a Ayrton.
Machacamos como afición a la cadena que retransmite en abierto la Fórmula 1 y machacamos también a la que lo hace bajo la fórmula pay-per-view. Nos quejamos constantemente de las gabelas publicitarias, y nos quejamos of course!, de que no existan empresarios aquí, en nuestra tierra, con arrojo suficiente como para abordar seriamente —esto es muy importante— un patrocinio en la máxima disciplina.
Y Roberto cae en combate por falta de apoyo económico, y nos dolemos como colectivo pero entendemos que esto siempre ha sido así y que sin euros no se llega a ninguna parte en F1. Y reflexionamos. Que no falte. Unos más y otros menos, obviamente.
Viéndonos, nadie negaría que no nos guste reflexionar desde la protección de nuestros respectivos caparazones, pero fundamentalmente sobre los caballos ganadores: Ferrari, Mercedes AMG, quizás Williams o Lotus, o Force India. Son ingleses o italianos, o alemanes, y ya se sabe, el alonsismo surgió aquí porque a Bernie le interesaba nuestro bendito país como mercado emergente, y las televisiones ganaron adeptos porque la triste realidad de nuestro deporte en España resulta exportable en los foros británicos como el Toro de la Vega, como los pésimos números de Carmen Jordá o la pobre carrera profesional de Jaime Alguersuari, o aquella licencia que nunca tuvo María de Villota, o aquella historieta de Mortadelo y Filemón que conocimos como Hispania o HRT...
Apostamos a que Carlos hinca la rodilla ante Max, a que Fernando no remonta, y entre medias, cae nuestro eslabón más débil pero lo comprendemos, cómo no íbamos a hacerlo, si lo que nos pasa es que no sabemos hacer otra cosa que meternos con Vettel o Hamilton porque el asturiano está acabado, o porque somos una panda de envidiosos ya que eso es lo que vende.
Sin duda mi cajita es más grande que otras. A ver, si fuese pequeña sabría lo que es la fobia social de los cogieron, creo que nos entendemos. Además, quién es el guapo que no tiene alrededor cuatro lindes y un techo que lo demarquen. Pero sigo intrigado con eso de vivir en un espacio cerrado y minúsculo, donde se disfrutan orgasmos, inquietudes, agravios y felonías, mientras el mundo y sus rutinas nos pasan por encima día sí y día también, y desde donde es posible encontrar explicación a todo recurriendo a que esto siempre ha sido así.
Seguro que me pierdo algo. Os leo.
Era de esperar; si te dejas llamar Teto...
ResponderEliminarBuenas tardes ;)
ResponderEliminarBueno, por aquello de ser honestos, hay que decir que «Teto» le llaman los que le conocieron tempranito y los que tiempo después, querían hacer ver que le conocían desde tempranito ¡Ja, ja, ja, ja!
En todo caso, a Giuseppe Farina le llamaban Nino, a Fangio: Chueco... Sinceramente, no lo veo tan mal ;)
Jose
Poderoso caballero es don dinero. Desde estos confines vimos emerger a Pechito López en la escuela de pilotos de Renault, pero sin apoyo económico no pudo ingresar en la élite.
ResponderEliminarY tan malo no debe ser, ya va casi por su segunda corona en WTCC...
Buenos días.
ResponderEliminarPocascanas ;) Desgraciadamente, el dinero es un componente más del Circo, lo que nos permitiría decir aquello de que en la F1: ni están todos los que son, ni son sólo los que están.
Y no, desde luego, Pechito parece cualquier cosa menos insuficiente como para competir en la máxima disciplina ;)
Un abrazote
Jose