If Bellof...

Ayer por la mañana, un Admiral's cup de 6 toneladas que zarpó hace algunas jornadas de Burdeos, traía hasta Donosti a mi sobrino Carlos. El temporal que revuelve el Cantábrico impidió que la tripulación se acercase a Santurce, pero él se puso en Bilbao y hoy ha pasado el día con nosotros, con la estela de su padre y ese primer amanecer suyo y de Dilara que nacerá a finales de julio y no disfrutará mi hermano, o sí, quién coño lo sabe.

Es tarde, llueve sobre Gorliz y los gatos no están ni para susurrarle sueños a esa luna que ni siquiera se ve entre las nubes que han enmarcado el encuentro del nieto añorado con Amama. 

Estoy escuchando el tema Urbasa de Ángel Illarramendi, porque hay algo melancólico en el ambiente y porque nadie parece querer atreverse a hablar de Mónaco y sus intrahistorias, como aquella en la que un alemán de apellido Bellof, pudo haber inscrito su nombre entre los más grandes, de no haber sido porque se cruzaron en su camino la aventura de Jacky Ickx intentando ayudar a Porsche, la de Alain Prost venciendo una pugna que a la postre daría el título mundial a Niki Lauda por medio punto, y una descalificación por falta de peso mínimo que deslució bastante el pastel y, en definitiva, elevó a Ayrton Senna a la categoría de ídolo sideral.

Pero Stefan pertenecía a otra esfera, y no hay más que verlo en aquella cita, para comprender que si la carrera hubiese llegado a término, a lo mejor nos habríamos perdido una leyenda para darnos de bruces con otra que acabaría sus días en un desgraciado accidente en Eau Rouge al año siguiente, en una prueba de Resistencia...

Amama no entiende cómo puede ser que Fernando, siendo tan bueno, no consiga pasar del quinto puesto, y con suerte, que diría aquél. Mi sobrino Carlos y yo hemos hablado hoy mucho de los secundarios que hacen grandes las películas, cualquier cinta, y no me he quitado de la cabeza a Bellof, cómo murió y cómo vivió a pesar de que una decisión de la FIA lo haya apagado a la vista de todos.

Venía arreando como un demonio bajo la lluvia en Mónaco. Era cuestión de tiempo. Podía haber ocurrido pero no sucedió. La historia se escribe sin contar con la realidad, y a veces, sospecho, esa es la razón de que andemos tan despistados con lo que nos rodea. Pero Nina llega a finales de julio y nos corresponde a nosotros tenderla una alfombra mejor que la que encontramos.

Os leo.