Levantarse temprano tiene sus cosas buenas pero lamentablemente, también algunas malas. Hace una par de horas, sin ir más lejos, el mundo era nítidamente perfecto, pero cuarenta y cinco minutos más tarde, la cosa ha cambiado radicalmente ya que el servidor donde tengo alojada una parte del material sobre el que estoy trabajando, se ha venido abajo.
Toca esperar, al menos hasta que den las ocho y media. La gente de bien tiene por costumbre levantarse a horas menos indecentes que las que utilizo para lavarme la cara antes de enfrentarme a la jornada. Hay que respetarlo, y por mucho que yo haya madrugado aquí me tenéis, echando el ratito, pelando la pava con la Fórmula 1, como tengo por costumbre.
Y es que por mucho que exista quien esté rezando para que nuestro deporte vuelva a ser un lugar exclusivo —odiando de paso y con toda el alma a aquellos que siguen (seguimos) intentando construir un mundo mejor a cuenta de todo esto—, me apetece hablar esta mañana de que la realidad impone su criterio y nos demuestra día sí y día también, que los tiempos han cambiado lo suficiente como para que resulte muy demodé eso de que cuatro gatos se laman el pincel unos a otros, recordando edades pasadas o refritando nostalgias previamente acuñadas en british language, of course!
Comprendo que es jodido enfrentarse a lo que ofrece la actualidad, lo he dicho innumerables veces. Y además, es cansado de cojones y arriesgado también, que lo escrito, escrito queda.
Se mire como se mire, resulta mucho más cómodo apostarse en un lugarcito repleto de enlaces a un pasado pluscuamperfecto, para dictar cátedra y observar desde allí cómo suda el personal explicando lo que sucede, mientras se sueña de lejos que con la desaparición de Alonso y la imposición de la TV de pago, se obre el milagro de quitar de en medio a todo ese hatajo de farsantes y recién llegados, que al parecer molestan tanto.
Se mire como se mire, resulta mucho más cómodo apostarse en un lugarcito repleto de enlaces a un pasado pluscuamperfecto, para dictar cátedra y observar desde allí cómo suda el personal explicando lo que sucede, mientras se sueña de lejos que con la desaparición de Alonso y la imposición de la TV de pago, se obre el milagro de quitar de en medio a todo ese hatajo de farsantes y recién llegados, que al parecer molestan tanto.
Pero la realidad es testaruda, como decía, insisto, y a poco que la leas desprovisto de apriorismos, te desvela que sin Fernando no habría habido TV gratuita y que sin ésta, la de pago resultaría inviable al menos en nuestro bendito país. Seguramente tampoco habría tanto blog ni abundarían listas de correo o foros. Dormiríamos más tranquilos pero sin el asturiano, doy por seguro que la mayoría de estos impresentables a los que me estoy refiriendo, no dispondría ni de un miserable lugar donde escenificar que por sus venas no corre sangre, sino vitriolo con label.
Es lo que tienen los enemigos comunes, que hacen posible incluso las alianzas entre enemigos irreconciliables...
De momento, el enemigo de todos no estará presente en Melbourne, pero aquí seguiremos los molestos de siempre, construyendo un idílico paraíso donde los cuatro gatos que aludía antes, puedan entretenerse dando brillo a sus respectivas herramientas en vez de liándose a zarpazos por ver quién la tiene más larga.
Os leo.
De momento, el enemigo de todos no estará presente en Melbourne, pero aquí seguiremos los molestos de siempre, construyendo un idílico paraíso donde los cuatro gatos que aludía antes, puedan entretenerse dando brillo a sus respectivas herramientas en vez de liándose a zarpazos por ver quién la tiene más larga.
Os leo.
;-)
ResponderEliminarLa F1 volverá a ser como era antes de que nacieran muchos de ellos: Un reducto para una pequeña elite, digo, tribu minoritaria de apasionados.
Saludos!