El hijo único

Llevo desde marzo pasado embarcado en escribir y publicar un libro sobre este blog, o sobre la Fórmula 1 vista desde este blog o sobre mí visto en el reflejo de este blog, qué más da.

El caso es que a falta de una semana y media para que El Circo vuelva a ponerse en marcha en Austin, he pensado que quizás os apetecería viajar conmigo hacia atrás en el tiempo, precisamente a través de una de las viñetas que componen el capítulo 1 de esa aventura que os comentaba antes:

«Hamilton no era el problema en sentido estricto —como se cansó de repetir nuestro compatriota sobre su compañero—, aunque tal y como lo veía yo, el inglés era algo mucho peor que un problema:

Ron Dennis por ejemplo, si lo era, o lo parecía de manera convincente. El puntilloso y exigente patrón de la escudería británica interpretó a la perfección al personaje débil que no supo contrarrestar la enorme presión mediática que sobre McLaren, ejercieron durante 2007 los todopoderosos medios deportivos británicos, los adalides del fair play, los guardianes de la llama, quienes dictan siempre quién es merecedor o no de llamarse campeón del mundo. Pero detrás de todo aquello sentía que estaba Lewis, no albergaba dudas.

El hijo mayor de Anthony y Carmen pertenece a lo que habitualmente se denomina entorno desestructurado, un auténtico cajón de sastre que sirve para justificar desde un mal comportamiento en el instituto a cualquier roto o descosido vital, incluso a veces, para dar brillo a una biografía que necesite algo de épica. 

Unos padres divorciados y una cuna humilde suponen siempre un excelente punto de partida sobre el cual levantar una buena historia y en el caso que nos ocupa, el amarillismo y los especialistas anglosajones querían esa historia y ambas circunstancias se convirtieron en recurrentes a la hora de definir un decorado que no se correspondía enteramente con la realidad, ya que la auténtica familia de Lewis no se apellidaba Hamilton, sino McLaren.

Sí, el chiquillo de Stevenage había cubierto la mayor parte de su carrera deportiva bajo el pabellón y los colores de Woking. Era un hombre de la casa, uno de los suyos, el chaval del boss. Y cuando su nombre emergió como sustituto de Kimi Raikkonen desbancando a Pedro Martínez de la Rosa, fuimos muchos los que nos llevamos las manos a la cabeza porque ya se le intuían las orejas al lobo.

No había estrenado Nürburgring. Ni siquiera recuerdo que tuviera intención de hacerlo al comienzo de aquella temporada. Pero cuando puse el blog en marcha aquel mismo agosto, como escribía poco, como pensaba que nadie me leía, como me sentía el rey de la creación, no pude evitar que se notara en cada uno de mis textos que me refería al británico, no como el piloto que se nos vendía desde los medios de comunicación, sino como al vástago predilecto de Ron, una tormenta infantil que parecía imparable porque su voracidad de cariño era literalmente insaciable.

Y ciertamente resultaría a la postre insoportable. Durante 2007 Hamilton no ahorró esfuerzos en poner al jefe de McLaren contra las cuerdas, tasando quizás si este le consideraba lo suficiente, valorando en todo caso qué podía conseguir, conociendo en una palabra, hasta dónde podía llegar sin hacerse daño. 

Sabía perfectamente que la prensa, el público, la FIA y el propio Bernie bebían de su mano y lógicamente, Hamilton se sentía intocable. Despreciaba las reglas, los pactos y las órdenes recibidas, llegó a insultar a Dennis por radio en Hungría. Nada parecía ser suficiente. El equipo, en el fondo, le importaba poco con tal de que le diera lo que exigía. Lewis ejercía de genuino hijo único, para lo bueno y lo malo. 

Voraz, rápido e inteligente en pista. Egoísta, chantajista y manipulador fuera de ella. Aquel carita de ángel de color tostado y aspecto risueño, disfrutaba creciendo como conductor de monoplazas y poniendo en aprietos a un bicampeón del mundo, mientras vencía una y otra vez la autoridad paterna, la única lucha que parecía interesarle.

Y en mitad de aquel lío entre padre e hijo, Fernando.»

No me digáis que no parece que sucedió ayer. Os leo.