Singapur tales

Me pongo ante el teclado pensado en ver si consigo redondear la etiqueta correspondiente a las carreras celebradas este año en unos días. Me falta la entrega correspondiente al Gran Premio de Italia y por supuesto la de Singapur (no, este texto no corresponde a su crónica), y aunque en mi descargo debo decir que la semana pasada ha sido de pegolete, que decimos por aquí arriba, pues he hecho kilómetros suficientes como para pensar en no salir de casa en al menos un mes, lo cierto es que entre tanto ir y venir he dispuesto de tiempo suficiente como para poner a rebosar el cajón de asuntos pendientes.

Ayer, por ejemplo, en el ida y vuelta desde mi base de operaciones en la capital del reino, no dejé de dar vueltas a cómo el espectáculo de Fórmula 1 insiste en apoyarse en agentes digamos que externos, en vez de afianzarse en lo que aporta a la afición como actividad competitiva.

Esta madrugada he escrito al respecto de lo contraproducentes que me parecen las dudas razonables o no, que asolan nuestro patio común, pero visto lo visto ayer durante la carrera, tengo que admitir otra vez que este trabajo de siembra de sombras es con toda probabilidad, el único que les queda a los que manejan nuestro deporte con tal de mantenernos atados a los televisores o a Internet, ya que las gradas siguen destilando soledad a espuertas en la mayoría de circuitos.

No pretendo ser pesimista. La Fórmula 1 ha vivido tiempos incluso peores que estos, pero que coincida tanta y tan variopinta gente en que este no es el camino correcto —propietarios y directores de equipos, pilotos y fabricantes, periodistas, etcétera—, no deja de ser un síntoma de lo bajo que hemos caído, razón por la cual es lógico entender que por mantener el negocio, el interés se haya trasladado inevitable y artificialmente al entorno inmediato de la actividad, dando lugar a que en la actualidad, los bulos y desmentidos, así como las opiniones que pasan por información en los medios generalistas o especializados, contaminen hasta el hartazgo el material del que vive el aficionado.

Llevo años diciendo que nos tienen a dos velas, que no es de recibo que la Fórmula 1 se haya blindado tanto que se hace necesario disponer de un par de masters para comprenderla, y aunque he entendido siempre a aquellos que gustan de rodearse de una vitola de exclusivismo que los distingue por encima de los que solo pretendemos matar el rato y disfrutarlo, lo cierto es que tanto abundar en este extraño fenómeno de opacidad permamente, quien más o quien menos se ha armado de la correspondiente linterna y ha empezado a vislumbrar los sucios costurones que sujetan esto que llamamos F1.

Y llegados a este punto, se me ocurre que quizás lo sensato sería sustituir a Antonio Lobato por Jorge Javier Vázquez, para que la tropa de Sálvame fuese la que guiase nuestros pasos cada fin de semana de carrera. Casi con total seguridad seguiríamos entendiendo lo mismo que ahora pero al menos, la abrumadora silly season que nos ha tocado en suerte vivir, cobraría pleno sentido por lo de las servidumbres del mundillo de la farándula y eso.

Os leo.