En esta secuencia cinematográfica con la que trato a duras penas de retratar las carreras del Mundial de Fórmula 1 2014, me faltaba recurrir a las atmósferas fílmicas más genuinamente bizarras, entendiendo este término no como lo refleja nuestra amantísima Real Academia de la Lengua Española, sino tal como lo trae por los pelos esa marea de anglicismo que nos asfixia.
Así las cosas, qué mejor que recurrir a una película bastante malota que aguanté hasta el final por aquello de no dar por perdido el dinero que pagué por su DVD, para reflejar lo sucedido en el pasado Gran Premio de Bélgica.
Ni Daniel Craig ni Harrinson Ford salvan el bodrio de juntar churras con merinas en un western que resulta previsible desde el mismo título (ganan los humanos, como no podía ser de otra manera), de forma que tomando pie en mi ingenuidad como consumidor, tengo que decir que la duodécima prueba de esta temporada me pareció totalmente prescindible salvo acaso, por esa victoria que hizo sonreír de nuevo a Daniel Ricciardo en el podio, ¡con lo que me gusta ver sonreír al aussie junior!
La cosa empezaba mal de cojones para Ferrari. El coche de Fernando se quedaba parado mientras sus rivales comenzaban la vuelta de instalación y en toda lógica, al asturiano le caía una penalización de 5 segundos porque sus mecánicos sobrepasaban el tiempo estimado como legal en pista antes de que la serpiente multicolor se pusiera en marcha y claro está, las opciones del de Oviedo se iban al carajo a las primeras de cambio sin que nadie pudiera hacer nada.
Arrancada la carrera, en dos vueltas Lewis Hamilton y Nico Rosberg (poleman que había perdido su posición en favor de su compañero por un quítame allá esas pajas que acabaría trayendo cola) se liaban la manta a la cabeza y acababan a boinazos, con lo cual, el británico se veía obligado a abandonar y el alemán... Bueno, lo de Nico lo contamos luego porque aquí termina la parte de los aliens y comienza la de los cowboys.
Así, haciendo bueno aquello de que en río revuelto hay ganancia de pescadores, un soberbio Daniel Ricciardo que salía quinto en parrilla, aprovecharía la coyuntura para ponerse primero y apenas abandonar esa posición un par de giros durante uno de sus cambios de compuestos.
Sorteando primero a Valtteri, a Fernando y al tetracampeón del mundo, y luego, disfrutando de la tontería de que dos pilotos de la misma escudería se liaran a boinazos a las primeras de cambio, el dominio de los humanos amanecía para imponerse porque el australiano de Red Bull se había hecho con el chisme alienígena para neutralizar enemigos, y de ahí p'alante, que diría aquél. Hasta la victoria y más allá, para que nos entendamos.
Salvo el asunto de Kevin Magnusen luchando como un jabato por no dejarse pasar por el Nano, poco más hay que decir salvo acaso, que Nico Rosberg, aunque tocado del ala, firmaba una remontada riñonera que le ponía segundo, que Bottas demostraba de nuevo de qué material está hecho alcanzando el tercer cajón del podio y que Kimi, infinitamente más sólido que otras veces, salvaba los muebles de Maranello haciendo cuarto.
Ganaba Ricciardo. Queda dicho. Os leo.
Ganaba Ricciardo. Queda dicho. Os leo.
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