La cruz de Sebastian

Niki Lauda admite que disfrutó con la batalla de anteayer entre Alonso y Vettel, aunque no entiende por qué este último gritaba por radio como un niño pequeño asustado... Yo sí lo entiendo: Sebastian estaba asustado.

Prometí desenvainar mi katana contra Seb en cuanto sucediera Silverstone. Le di tiempo suficiente como para obligarme a no tocarla siquiera, pero esta visto que no lo ha utilizado, así que como soy hombre de palabra os voy a descubrir mi secreto: Vettel se enfrenta a sí mismo y tiene la guerra perdida de antemano porque hasta el día en que se retire, el rey de reyes, el matarécords, el tetracampeón más joven de la historia, el depredador que nos pintaron, le va a hacer sombra.

No hay nada malo en ello, lo reconozco, pero va a ser un camino que no le deseo ni al peor de mis enemigos, y todo porque los que le han exprimido hasta la última gota no han hecho caso de la sabia naturaleza, que acostumbra siempre a otorgar la vara de autoridad a quien realmente lo merece y bien transcurridos unos años.

Así, un gorila dorsicano del Virunga no es jefe de su manada por viejo y peinar canas, sino por haber llegado a viejo y a peinar canas tras haberse partido la cara innumerables veces, amén de haber perdido algún colmillo y sumado alguna que otra cicatriz en la constante defensa de su estatus y su harén. Lo mismo sucede con los elefantes y los leones, o los lobos o cualquier otro mamífero grande o de pequeño tamaño, o incluso entre las aves y otras especies: el jefe se merece el respeto de todos porque se lo ha ganado a base de no cejar un instante en defender sus opciones, así lo maten o arriesgándose a que lo hagan.

En este sentido, llegar demasiado pronto supone inevitablemente perder muy rápido salvo que estés hecho de una pasta especial. Tienes el poder y eres la referencia durante un corto espacio de tiempo, en tu juventud, se entiende, y a partir de ese instante, te ves condenado a defender lo conseguido y a que si no lo haces de la manera adecuada, tú mismo seas quien te persiga noche y día. Es una putada, lo sé. Tener un antagonista en el exterior ayuda lo suyo, pero cuando el enemigo duerme en tu cama, desayuna con la misma cuchara que tú y conduce el mismo volante, la cosa pinta muy, pero que muy fea.

Claro está que para que todo esto suceda tiene que haber un imbécil alrededor que piense que eres poco menos que inmortal o imbatible, que te ría las gracias y te quite del camino cuanto escollo te haría más fuerte —Helmut Marko, sin duda, ha interpretado perfectamente con Sebastian el papel de Grima, el de El Señor de los Anillos, representando a la perfección el ponzoñoso entorno que ha rodeado al alemán estos últimos años—, y un coro de elementos ensalzadores del descubrimiento que poco a poco, le irán dando la espalda.

El caso es que Sebastian Vettel se enfrentra al tetracampeón del mundo más joven de la historia, a un auténtico portento, como decía al principio, al tipo que batía todos los récords, a un individuo del que dijeron que se parecía a Clark o a Senna. Pero Jim pereció intentándolo una vez más y Ayrton hablaba con Dios antes de cada carrera... Ni siquiera podemos trazar una línea de similitud con Alain Prost, piloto con el que el ínclito comparte número de títulos, porque el francés era tan cabronazo que amagó con retirarse, volvió para conseguir su cuarto entorchado y tras lograrlo, se evaporó definitivamente del tinglado. ¡Él sí que sabía!

A Seb sin embargo, le queda mucha cuerda todavía, mucho calvario, mucha cruz por delante, y lo peor de todo es que en esos fríos números a los que tan pocas veces atendemos, al de Heppenheim se le tasa por la mitad o un tercio de lo que pagaría un equipo potente por hacerse con los servicios de un Lewis Hamilton o un Fernando Alonso.

Y además está Daniel, y el RB10 que no entiende del todo, y Adrian en horas bajas, y ese dedo en alto que el domingo pasado no fue capaz de imponerse a un coche un segundo y medio más lento; y esa cara en el espejo que le dice cada noche y cada mañana, que la vida es muy, pero muy perra, quizás demasiado; y que a la postre, tal vez le habría sido mejor enfrentarse realmente a Mark, a Jaime, haber impedido que otros le hicieran el trabajo sucio apartándose sobre el asfalto o puteando a los rivales, incluso que Michael no le hubiera hecho aquel gesto que le brindó en Interlagos, con tal de no verse obligado a escuchar los abucheos y silbidos que tuvo que aguantar el año pasado en los podios de medio mundo, para comprender cuando a todas luces parece demasiado tarde, que es él su peor enemigo porque durante cuatro largos años, al parecer no había nadie mejor.

Os leo.