Hay que estar bastante ciego para no entender que la iconografía que rodea a las 24 Horas de Le Mans supone un activo difícil de valorar pero en todo caso de elevada cuantía, en cuanto a imagen se refiere.
Los participantes en la prueba francesa, marcas, equipos oficiales, semiprivados o privados a secas, incluso aventureros de todo pelo y condición, buscan rentabilizar sus inversiones y respectivos proyectos en términos mecánicos o tecnológicos, pero sobre todo, en énfasis de su propia imagen, ya que la sola presencia en La Sarthe independientemente de los resultados, supone un rotundo éxito que manejado por buenas manos, puede arrojar bonitos réditos o en el peor de los casos, asegurar volver el año que viene.
El marco que propone el ACO (Automobile Club de l'Ouest) en su prueba emblemática resulta a todas luces incomparable: lucha de igual a igual entre todos los intervinientes a lo largo de un día completo con su noche correspondiente. ¿Quién no caería rendido a sus pies?
Basta que alguien de arriba flaquee o ceda irremediablemente para que las posibilidades de los equipos inferiores se multipliquen exponencialmente a todo lo largo de la duración de la carrera, durante centenares de vueltas, incluso en los últimos giros. Un coche casi de calle puede ganar la carrera. El último que lo hizo fue un McLaren F1 GTR propulsado por un motor BMW y conducido por Dalmas, Sekiya y Lehto. Sucedía en 1995 y si es cierto que concurrieron un cúmulo bastante interesante de circunstancias favorables y que el bicho era nada menos que un GT1, el hecho es que el vehículo británico se calzó la victoria.
Esta atmósfera de posibilidades siempre abiertas sigue vigente en las 24 Horas de Le Mans hoy en día. El nivel de exigencia de los biplazas de las marcas oficiales y los equipos que trabajan a su amparo es tal que su margen de error es obviamente mínimo, y si ellos fallan, siempre hay un montón de pretendientes para cubrir el hueco que han dejado...
Razonablemente hablando, este tipo de situaciones se han dado muy pocas veces en nuestra historia reciente, pero siguen suponiendo un interesante revulsivo a la hora de buscar patrocinadores o plantearse participar siquiera en una prueba tan exclusiva como Le Mans. Pero lo mejor de todo es que el recuerdo de estas pequeñas gigantescas hazañas sigue anclado en el acervo de los aficionados y la prensa especializada, de manera que no hay carrera en que no se ensalce la labor de tal o cual participante que esté librando batalla desigual con los auténticos gigantes que acaparan el metraje de la disputa.
Los años cincuenta, sesenta y setenta, incluso los ochenta del siglo pasado, fueron especialmente ricos en este tipo de iconos. El interior de las revistas ofrecían un lugar estelar a los vencedores pero salpimentaban sus páginas con infinidad de fotografías de los GT que nutrían las configuraciones de los equipos menos pudientes. Todos contra todos en igualdad de oportunidades, pero si hay que quedarse con uno, yo personalmente me pido el Ferrari 365 GTB/4 de comienzos de los setenta. En serio, ¿quién no caería rendido a sus pies y apostaría lo que no tiene por verlo correr de nuevo?
Los años cincuenta, sesenta y setenta, incluso los ochenta del siglo pasado, fueron especialmente ricos en este tipo de iconos. El interior de las revistas ofrecían un lugar estelar a los vencedores pero salpimentaban sus páginas con infinidad de fotografías de los GT que nutrían las configuraciones de los equipos menos pudientes. Todos contra todos en igualdad de oportunidades, pero si hay que quedarse con uno, yo personalmente me pido el Ferrari 365 GTB/4 de comienzos de los setenta. En serio, ¿quién no caería rendido a sus pies y apostaría lo que no tiene por verlo correr de nuevo?
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