Testone mirando al Chueco y el de Balcarce, como pasando de todo en el interior de su Maserati. Eran tiempos de espada láser donde los héroes sucumbían en la frialdad del duro contacto físico, sin intermediación de las insípidas pistolas blaster, tan en boga en la actualidad.
Los volantes resultaban por aquel entonces aros gigantescos que había que manejar (¡qué bella palabra!), percibiendo sin ayudas y en cada grado de giro, cómo se movían las ruedas delanteras sobre un asfalto lleno de baches y anomalías, para que el auto besara la curva como el amante acaricia con los labios la piel de su princesa, con suavidad de jedi.
Muchos de los que me leéis no sabéis ni de lo que hablo pero a estas alturas de la película sinceramente me da un poco igual. Aquel universo imperfecto que he mencionado en mis primeras líneas alumbró tiempo más tarde este al que nos hemos acostumbrado mansamente. Apenas notamos diferencias pero fueron aquellos tiempos de héroes auténticos, de tipos comunes se elevaban sobre el resto de los mortales porque buscaban la velocidad sin que les importara un carajo de qué modo ponían en riesgo sus vidas sin cinturones de seguridad y protegidos malamente, por un casco de acero recubierto de cuero.
Encontré a Abril entre un matojo de letras y allí mismo la perdí un 25 de enero, y hoy ella habría cumplido años y yo me lamo precisamente, una de mis numerosas heridas que me quedan abiertas, recordando ese universo común que trenzamos juntos alrededor de la Fórmula 1 y la figura de Fernando.
Tardé lo mío en asumir que no me leería jamás antes de volver a pronunciar su nombre, entendiendo que el mes de abril se había vuelto un noviembre triste y gris como otro cualquiera, pero os juro que siento sus manos tibias, sus besos y su infinita alegría, jaleándome como antaño a que siga contando cosas que nadie o muy poca gente recuerda, perfilando equinoccios que ayuden a fundir el pasado y el presente mientras ella, Lourdes —mis abriles siempre se llamarán así—, disfruta con cada palabra que escribo.
Uno de cada mil. Me lo confesó mi maestro burgalés don Daniel: con uno de cada mil que entienda lo que digo, me doy por satisfecho...
Uno de cada mil y Froilán mirando a Fangio mientras se propone ante ellos un poema cuyas estrofas y rimas se discernirán durante la carrera. Y Abril atenta y yo juntando letras, y ella entendiendo cada vez más y los dos disfrutando mientras abundamos en eso tan áspero para las nuevas generaciones que se llama vulgarmente aprendizaje.
Te echo de menos, corazón. Abril encantado que serás por siempre jamás, como en los cuentos, princesa, que posas tus manos de nuevo sobre mis hombros en el día de tu cumpleaños para susurrarme una vez más que si fuese político me votarías cerrando los ojos. No cocino, desenfrío en sartén los precongelados, pero que me lleven los diablos si no afirmo hoy que entre tú y yo había una magia que perdurará mientras siga vivo.
Un besote donde quiera que estés. De Froilán, de Juan Manuel y mío, por supuesto. Por los viejos tiempos, pottola, por lo que fuiste y por lo que Abril nos ha legado para que seamos y sigamos siendo un poquito más.
https://www.youtube.com/watch?v=oDJrMwAn_B8
ResponderEliminar¡Saludos a toda tu buena gente!