La imagen que abre esta entrada es bella. Un monoplaza yéndose de
atrás, de la zaga, obligando al piloto a meterlo en la curva con un
contravolante, es bello. Así, sin más zarandajas.
Hemos pasado tantos años sin ver este tipo de cosas sobre los
circuitos que se nos había olvidado que a los vehículos de Fórmula 1 se
los controla desde el volante, como hacían Fangio o Clark, o Stewart.
Claro está que hoy en día el volante es cualquier cosa menos esa
herramienta que hace casi siglos, movía el eje de dirección para que las
ruedas respondieran adecuadamente a las intenciones del piloto.
El volante es hoy un artilugio incomprensible en el que se puede estar viendo la última película de Jason Statham en el display
central, mientras el conductor se entretiene acertando a discernir cuál
es el botoncito más adecuado para que el coche haga tal o cual cosa.
Pero a los F1 se les va el culo en los giros y eso es lo reseñable,
lo que importa. Lo malo es que la trayectoria del eje trasero se
desencaja hoy como pidiendo permiso, en plan monaguillo rogando al cura
el vino dulce en vez de robándolo, en la sacristía, a los postres de la
misa del domingo. Vamos, que la hazaña no resulta volcánica, voluptuosa y
profundamente erótica, como cuando a un Lotus 72D, por ejemplo, se le
veía entrar desabrido en una curva, pasado de revoluciones que decimos
ahora, y comprendíamos todos que la fuerza que tiraba hacia el afuera
era necesaria para clavar el morro sobre el ápice, hacia adentro, porque
el piloto, esa sustancia anodina y viciada que se encarga en la
actualidad de gestionar la plataforma mientras por la radio le sirven un
dictado al mircoondas, estaba ahí, atento, sintiendo el trallazo
monumental para responder con mano férrea al natural desenlace entre las
sábanas.
Ya no hay amor, solo veneno. Las zagas se van como se evaporan los
amigos que nunca lo han sido. Buscan el exterior de las curvas porque el
tubo de escape está tan lejos del difusor que la downforce ya no
sujeta el vehículo al raíl y porque en el fondo, el tren trasero no
parece ya un demonio que clava sus uñas sobre la espalda del piloto
antes de alcanzar el orgasmo. Falta fuerza y se nota la ausencia del
aliento vital, pero lo que importa es que sigamos creyendo en la magia
de que en cada movimiento del volante, un hombre lucha de forma desigual
con la máquina que conduce.
La imagen que decora esta entrada es bella, pero también falaz. Quizás por eso, es aún más bella.
Bottas controla su coche de Scalextric para meterlo en
cintura, durante la calificación del sábado pasado. El finlandés se ha
pasado jugando a la PlayStation y su FW36 ha cobrado vida por un
momento. Latigazo, control, y a por la siguiente curva, nada que ver con
aquellos momentos en que el movimiento de la parte trasera del coche
resultaba imprescindible para ganar o perder una carrera.
Hemos pasado tantos años sin ver este tipo de cosas sobre los circuitos que sencillamente hemos olvidado en qué consistían.
;)
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=AgrWsd5QXF0
Antes se derrapaba para adelantar y ahora si derrapas te adelantan. ¡Como cambia la vida! ¡y todavía no solo hay quien no se entera sino que además se molesta si los demás nos enteramos de tamaña impostura!
¡Saludos!