Hay que ser un genio para hacer una comedia alrededor de la idea de que una sencilla vaquilla puede retratar a todo un país en uno de sus episodios más negros. Eso, o llamarse Luis García Berlanga y Rafael Azcona, auténticos Adrian Newey de nuestro cine patrio.
Vi de nuevo La vaquilla este sábado por la noche y como siempre, me desternillé de risa ante escenas como la del marqués abandonado a su suerte atado a su cómoda silla de ruedas en mitad de la noche y de un campo de minas, al que le dicen los rojos que le han liberado, mientras estos ponen los pies en polvorosa y cruzan los dedos por llegar enteros a las líneas amigas. En ese instante de la cinta, Marsillach, que interpreta al noble, suelta aquello de: «¿Liberado. Sí por mis cojones!»
Ayer fue un día raruno, que dicen. Entre el madrugón y el Gran Premio tempranero, la jornada se me fue de las manos en términos de Fórmula 1: pit stop para desayunar, pit stop para tomar el piscolabis, pit stop para almozar y cambiar de ruedas, etcétera, pero con la Guerra Civil de fondo, con esos dos bandos tan distintos y en el fondo tan similares que habían descrito magistralmente Berlanga y Azcona en La vaquilla...
El espectáculo, esa cosa tan perseguida y tan huidiza en lo nuestro, lleva tiempo siendo la excusa perfecta para que cada temporada nos las prometamos felices. Nos decimos ingenuamente que se habrán tomado las medidas necesarias para enmendar los errores del pasado, que habrá más y mejor juego limpio; sencillamente, que todo será distinto. Pero llega la primera prueba del campeonato y tomamos tierra como si en vez de con paracaídas hubiésemos saltado del avión con una sábana en las manos.
En pretemporada hemos hablado de lo divino y lo humano, pero siempre pensando que en Melbourne podríamos comenzar a hacer valoraciones serias, con datos, con algo más que sensaciones. Pero llegaba el Gran Premio de Australia y pasaba, y a lunes estamos igual que todos los lunes después del GP australiano: con una mano delante y otra detrás, pero con un mosqueo que va en intensidad por barrios.
Tiene razón Carlos Castellá cuando advierte que El fin del mundo será otro día, pero con todos mis respetos, lo que escribe Maese vale para las carreras de coches, es decir, que cobra pleno sentido si hablamos de un deporte en el que el espectáculo se sobrentiende, pero el espectáculo de los cogieron no es sobrevenido actualmente, sino que se ha buscado con insistencia durante la última década para hacer la Fórmula 1 más actractiva de lo que era.
Pasando por alto que habría mucho que discutir sobre si la F1 era más fea antes que ahora, tengo que decir humildemente que pienso que todos los modernos ingredientes pensados para que nos divirtiéramos más y mejor durante 2014, fallaron estrepitosamente en Albert Park.
El DRS, por ejemplo, no sirvió de nada porque al reducir la componente aerodinámica de los vehículos, estos, sin potencia, están vendidos ante un oponente más fuerte. Los ERS tampoco supusieron aliciente alguno, como los turbo. Sustituyen a un tipo de motor que además hacía más ruido y con suerte petardeaba en retenida, pero nada más aparte de tenernos con el alma en vilo porque esta vez sí, podían fallar, pero no por sobresfuerzo sino por vulnerabilidad...
Eso sí, los pilotos están mucho más entretenidos que antaño, pero no en conducir como sería de esperar. Tanto botón y tanta mandanga en el volante les distrae de su oficio, a resultas de lo cual, la vital atención al trazado y a los rivales decae considerablemente y en consecuencia, el espectáculo de los cogieron se ve tan mermado que hace falta una lupa para entreverlo entre tanta labor de gestión con corbata de seda.
Os confieso que me siento defraudado y un poco el marqués de La vaquilla. Tanto, que diría sin atisbo de sonrojo: «¿Espectáculo. Sí por mis cojones!»
Os leo.
El espectáculo, esa cosa tan perseguida y tan huidiza en lo nuestro, lleva tiempo siendo la excusa perfecta para que cada temporada nos las prometamos felices. Nos decimos ingenuamente que se habrán tomado las medidas necesarias para enmendar los errores del pasado, que habrá más y mejor juego limpio; sencillamente, que todo será distinto. Pero llega la primera prueba del campeonato y tomamos tierra como si en vez de con paracaídas hubiésemos saltado del avión con una sábana en las manos.
En pretemporada hemos hablado de lo divino y lo humano, pero siempre pensando que en Melbourne podríamos comenzar a hacer valoraciones serias, con datos, con algo más que sensaciones. Pero llegaba el Gran Premio de Australia y pasaba, y a lunes estamos igual que todos los lunes después del GP australiano: con una mano delante y otra detrás, pero con un mosqueo que va en intensidad por barrios.
Tiene razón Carlos Castellá cuando advierte que El fin del mundo será otro día, pero con todos mis respetos, lo que escribe Maese vale para las carreras de coches, es decir, que cobra pleno sentido si hablamos de un deporte en el que el espectáculo se sobrentiende, pero el espectáculo de los cogieron no es sobrevenido actualmente, sino que se ha buscado con insistencia durante la última década para hacer la Fórmula 1 más actractiva de lo que era.
Pasando por alto que habría mucho que discutir sobre si la F1 era más fea antes que ahora, tengo que decir humildemente que pienso que todos los modernos ingredientes pensados para que nos divirtiéramos más y mejor durante 2014, fallaron estrepitosamente en Albert Park.
El DRS, por ejemplo, no sirvió de nada porque al reducir la componente aerodinámica de los vehículos, estos, sin potencia, están vendidos ante un oponente más fuerte. Los ERS tampoco supusieron aliciente alguno, como los turbo. Sustituyen a un tipo de motor que además hacía más ruido y con suerte petardeaba en retenida, pero nada más aparte de tenernos con el alma en vilo porque esta vez sí, podían fallar, pero no por sobresfuerzo sino por vulnerabilidad...
Eso sí, los pilotos están mucho más entretenidos que antaño, pero no en conducir como sería de esperar. Tanto botón y tanta mandanga en el volante les distrae de su oficio, a resultas de lo cual, la vital atención al trazado y a los rivales decae considerablemente y en consecuencia, el espectáculo de los cogieron se ve tan mermado que hace falta una lupa para entreverlo entre tanta labor de gestión con corbata de seda.
Os confieso que me siento defraudado y un poco el marqués de La vaquilla. Tanto, que diría sin atisbo de sonrojo: «¿Espectáculo. Sí por mis cojones!»
Os leo.
¡Muy buenas!
ResponderEliminarNos vendían los nuevos motores híbridos y el límite de consumo como la necesaria actualización de la F1 al futuro inminente de la industria de la automoción. Había que volver a ser la vanguardia tecnológica de la industria, por Mercedes, por Renault, por la Federación Internacional de Automovilismo y para conseguir la vuelta de otros constructores.
Pero entre los fines declarados de la FIA, además de ser el legislativo + judicial + ejecutivo universal en temas deportivos, y además de la promoción de la industria automovilística (por donde quiera que esta vaya, no nos engañemos, son las marcas las que mandan), además de estos, está el famoso “Safety” que tantas giras turísticas y actos pantagruélicos de los mandamases del asunto justifica.
¿Y sobre el Safety en que consiste la actualización 2014 de la F1 al mundo futuro? Las legislaciones de los estados tienen en cuenta las sabias consideraciones de la FIA, casi tanto como las de la OMS, y si aquí está prohibido hablar por teléfono o manipular el GPS mientras se conduce hay países de la UE en los que no puedes ni llevar GPS porque consideran que la pantalla y el audio intrusivo distraen al conductor y provoca riesgos innecesarios.
¿Cuántos de los “errores” vistos estos tres días son provocados por estar tocando botoncitos o intentar descifrar que quiere decir el nuevo dato aparecido en el ipad del volante, y pensando en que se debe hacer al respecto, mientras te hablan por la radio y una curva o un rival se aproximan inexorablemente?
Tienes más razón que un santo, Jose, el nuevo espectáculo consiste en provocar vulnerabilidades en los pilotos y en la mecánica. Es absurdo renunciar a todo por el espectáculo en una actividad que buscando sus propios fines ya era espectacular. Es como echar Chanel a una rosa.
Inmejorable imagen, es como conducir una silla de ruedas (eléctrica y con wifi) por un campo de minas. Es el espíritu de los nuevos tiempos mientras nos acercamos temerosos y sin poder dejar de marcar el paso, hacia una horrorosa balcanización mundial. ¿Libera(liza)ción o imperio de psicópatas?
https://www.youtube.com/watch?v=YapIpIXJbRY
¡Saludos al anfitrión y a los invitados!
UNPROFOR: - Disculpe. Pero protesto, señor.
ResponderEliminarPetar: - Yo también protesto, camarada.
- Yo no soy su camarada, señor.
- Y yo no soy un señor, camarada.
- ¿Qué es usted? ¿Utasha, chetnik, partisano?
- Yo soy Petar Popará, el Negro.
- ¿Y a que ejercito pertenece, camarada?
- Al mío propio.
- Dígame ¿tiene usted algún superior?
- ¡Claro! ¡Mi patria! ¡Me cago en tu madre, puto fascista!
(Emir Kusturica, Underground, 1995).