Sí que las tiene. Ves algo en apariencia anodino e inmediatamente
recuerdas otros algos distintos que solo suceden en tu memoria, pero que
conservan sus aromas, texturas y sonidos intactos, como si estuvieran
esperando precisamente, a que una cosa llevase a la otra, a que
ocurriese el milagro…
Esta mañana, por ejemplo, me he levantado temprano para pillar aunque
fuese el final de la tercera sesión de entrenamientos del Gran Premio
de Australia. No lo he conseguido. La semana espesita de la que hablaba
ayer me tenía bien agarrado a la cama y para cuando he querido darme
cuenta ya eran las 05:30. Pero esto no es lo importante, lo que sí lo es
consiste en que lleva tiempo ocurriéndome que cada vez que veo a Lewis o
a Nico al volante de sus respectivos W05, la cabeza se me va a aquel
periodo de entreguerras en el que había máquinas tan imponentes como el
W154 que causaban miedo de solo verlas sobre los circuitos.
Como sabéis de sobra, Mercedes-Benz
abandonó la Fórmula 1 a finales de 1955, a cuenta de aquel fatídico
accidente en Le Mans que se cobró demasiadas vidas. Eran sin duda otros
tiempos, más nobles que los de ahora, de Jedis y espadas láser,
donde un desafortunado incidente obligaba a una escudería a retirarse
con honor porque el honor también contaba como saldo para la
competición.
A cuenta de este funesto suceso, Fangio acabó en Ferrari para dar a
la de Maranello su primer título mundial, y hablo en singular porque el
Campeonato de Marcas no se estrenaría hasta 1958… De haber estado allí,
sin duda Mercedes-Benz, seguramente con el de Balcarce sentado en uno de
los asientos de cuero de un hipotético W198 que nunca llegó a existir,
habría luchado por ambos títulos, y confieso que sospecho que los habría
ganado porque Mercedes-Benz era un mito antes de su abandono
definitivo.
Obviamente la historia de nuestro deporte sería distinta, algo que
bien pensado, tampoco es importante para esta entrada, porque no
pretendo esbozar una bonita ucronía, sino recalcar que cuando
Mercedes-Benz decidió retornar a la Fórmula 1 cincuenta y cinco años
después, lo hizo en un mal momento y con peores compañeros de viaje, de
forma que desde 2010 se podría decir que no ha hecho otra cosa que
arrastrase por los circuitos hasta que el año pasado, en una de esas
maniobras tan tradicionales en lo nuestro como profundamente perversas,
Ross Brawn decidió cobrarse ventaja en los tramposos entrenamientos
realizados con Pirelli tras el Gran Premio de España, en aras de
rentabilizar todo el esfuerzo realizado en las tres sesiones anteriores.
El ardid surtió efecto. Mercedes es otra diferente a aquella que hizo
su estandarte en el retorno de Schumacher, y con Lewis, Toto y Niki, y
ahora sin Norbert, Michael y el propio Ross, vuelve a resultar
terriblemente amenazante…
Esto también es lo importante, porque aunque soy tifoso hasta la médula, ver la estrella de tres puntas robando la pole
a Daniel Ricciardo ante su público, me ha puesto los pelos de punta,
recordándome hoy en Melbourne, que el aire australiano olía idéntico a
esas historias que tantas veces he sobado con la punta de los dedos
mientras intentaba recrear desde la ignorancia sus aromas, texturas y
sonidos.
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