Hay lunas negras como la ponzoña que no merecen ser desperdiciadas, como las gélidas noches blancas que rugen en los desiertos boreales. Hoy ha muerto un tipo al que muchos ni conocerán siquiera pero al que yo he temido toda mi vida, Leopoldo María, el reverso más triste y duro de la moneda, a quien jamás habría querido parecerme pero al que envidié siempre su infinita capacidad para trenzar versos y palabras que lejos de helar la sangre, la acariciaban con dedos fríos como carámbanos tibios.
En la infinita lucidez que destilaba desde su esquizofrenia, era un Vincent van Gogh moderno, un hombre extemporáneo y sabio que sencillamente no encajaba, pero que supo abrirse paso y pintar compulsivamente las grietas por dónde enseñarse y gritar sus susurros como un animal herido que busca compartir el momento mismo de su muerte, así durara una maldita eternidad.
Leer sus poemas es escucharlos en su voz rasgada, quebrarlos y observar su mirada buscando la tuya. Le tengo miedo porque como los locos y los nigromantes, su poder era inmenso y mi estatura... siempre pequeña, indefensa y miserablemente desnuda. Si Leopoldo María hubiese sido piloto hablaría con Dios antes y después de cada prueba.
Estrofas y prosa compuestas como quien acuchilla delicadamente una curva, donde los poetas siempre han ganado las carreras. Calibrando la posición del ápice, frenando suave a la entrada para no lastimarla y apretando el pedal para escapar sin apenas dejar huella, abandonado a que el coche y las gomas hagan el trabajo, a que las manos se limiten a sentir cómo el volante y la espalda perciben las vibraciones y las fuerzas laterales que avisan de que la perfección es un sencillo estado de ánimo que no entiende de fatalidades.
Leopoldo María era hombre de condiciones difíciles, pero no ha tenido suerte. Su vida y su obra han pasado desapercibidas salvo para unos pocos y en su funeral no llevarán la caja con sus restos Jackie Stewart, Emerson Fittipaldi, Alain Prost, Derek Warwick, Rubens Barrichello, Gerhard Berger, o Michele Alboreto. Esta noche o mañana, el ministo Wert dirá algunas palabras que ensalzarán su obra o mentarán su enfermedad, pero que se olvidarán de que Leopoldo María apenas será recordado por las generaciones venideras aunque era finísimo y puro instinto bajo la lluvia o en condiciones de seco, de que hablaba realmente con Dios y de que su mirada... era un aldabonazo aterciopelado para que no olvidemos jamás que el riesgo es la vida misma.
Por suerte, cuando sea incinerado, yo mismo me encargaré, aquí en Gorliz, de que suenen en su honor las notas del Back to black de Amy Winehouse mientras leo de nuevo y escuchando su voz «Aquí estoy yo, Leopoldo María Panero, hijo de padre borracho y hermano
de un suicida, perseguido por los pájaros y los recuerdos que me
acechan cada mañana, escondidos en matorrales, gritando porque termine la memoria y el recuerdo se vuelva azul y gima rezándole a la nada porque muera.»
Leopoldo María, el buen hijo, el mejor de todos, el hombre al que siempre he temido...
Leopoldo María, el buen hijo, el mejor de todos, el hombre al que siempre he temido...
Preciosas palabras para la despedida de alguien muy grande.
ResponderEliminarMe encanta cuando la literatura se entremezcla con la F1 en este infierno verde. Grande Leopoldo, "Diario de un seductor".
ResponderEliminarHermoso homenaje.
ResponderEliminarPoesía y épica de la velocidad nunca fueron ajenas. Basta con leer los primeros puntos del manifiesto futurista, publicado nada menos que en 1908. Seguro que a Leopoldo María le gustaba:
Queremos cantar el amor al peligro, al hábito de la energía y a la temeridad.
El coraje, la audacia y la rebeldía serán elementos esenciales de nuestra poesía.
La pintura y el arte ha magnificado hasta hoy la inmovilidad del pensamiento, el éxtasis y el sueño, nosotros queremos exaltar el movimiento agresivo, el insomnio febril, la carrera, el salto mortal, la bofetada y el puñetazo.
Afirmamos que el esplendor del mundo se ha enriquecido con una belleza nueva: la belleza de la velocidad. Un coche de carreras con su capó adornado con grandes tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo... un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia.
Nada mas. Nada menos.
He fumado mi vida y del incendio
ResponderEliminarsorpresivo quedan
en mi memoria las ridículas colillas:
seres que no me vieron, mujeres como vaho,
humo en las bocas, y silencio
por doquier, como un sudario
para lo que no quise ser, y fue
como vapor o estela sobre las olas ociosas, niños con marinera
que en la escuela aprendieron el Error.
No había nadie en aquel pozo, estaba
vacía la cárcel, pienso cuando
abriendo al fin la puerta, y descorriendo
por fin el cerrojo que me unía
inútilmente a las águilas, y me hacía
amar las islas y adorar la nada,
descubro
banal, y sonriéndome, la luz.