lunes, 24 de febrero de 2014

Alta cocina


Hace como quien dice anteayer, veíamos amanecer ante nuestros ojos los portentosos vehículos de este año. Extraños a la vista, inmediatamente se vieron rodeados por la polémica. 

«¿Cuál te parece menos feo?» creo que ha sido, de lejos, la frase más usada y abusada de estas últimas semanas. Y no es para menos, porque admito que chocantes sí que son aunque eso de llamarlos horrorosos porque su apariencia no responda a lo que se esperaba de ellos, tampoco es que me parezca muy pasable ya que hablando de Fórmula 1, la belleza, precisamente, no gana milésimas sobre el asfalto.

Estad tranquilos, esta tarde no pretendo disertar sobre estética aunque se me escape alguna línea que otra al respecto, ya que como vengo diciendo, la fealdad no penaliza las bondades de un vehículo. Por tanto, en mi humilde opinión, en vez de sobre el aspecto exterior de los coches, de lo que se debería hablar sería de su funcionalidad.

Y es que la Fórmula 1 es funcionalidad en estado puro. Los diseños tienen que responder al reglamento con soluciones inteligentes y funcionales; la organización de los elementos internos y externos tiene que ser funcional; la carrocería misma debe atender a las leyes de la aerodinámica y al propósito de sus proyectistas, con eficiencia y funcionalidad… La funcionalidad lo es todo en este deporte. Las superfices grandes y pequeñas, incluso las de los tornillos más minúsculos tienen que responder a un planteamiento de máxima eficacia que empapa todo lo que consideramos idea de monoplaza, desde la punta de la nose hasta el perfil vertical más extremo de los soportes del alerón trasero.

¿Se puede llamar feo a algo funcional? Por supuesto que se puede. Lo admito aunque me parezca un sacrilegio que cometo yo también de vez en cuando, pero me gustaría matizar en este asunto que no hablamos de una batidora o un aspirador, sino de unas máquinas que son capaces de alcanzar sobre la pista velocidades cercanas o superiores a los 300 km/h., y que tienen que aguantar además, lo que no está escrito para finalizar un Gran Premio.

Entendedme, tampoco pretendo que se trague con ruedas de molino. A mí, personalmente y quizás porque vengo del mundo del diseño y en él trabajo, que algo sea funcional me parece indiscutiblemente bello, pero comprendo que existan cosas difíciles de digerir para aquellos que entienden que la belleza y la funcionalidad no tienen por qué ir de la mano.

Pero si estoy abundando en este asunto, más que por convencer a nadie es porque por primera vez en muchos años estamos asistiendo a una degustación de ideas diferentes, auténticamente diferentes, incluso muy diferentes en determinados casos, y bajo el paraguas del debate entre feos y guapos considero que se nos está escapando la posibilidad de paladear un momento de alta cocina en cierta manera único, ya que en cuanto unas soluciones se muestren más eficientes que otras conforme vaya avanzando el campeonato, pasarán al acervo común de la parrilla y en una temporada o dos a lo sumo, de nuevo, todos los coches volverán a parecer casi hermanos gemelos una vez sean desprovistos de sus respectivas decoraciones.

Ya sucedió en 2009, con la anterior modificación del reglamento, pero no con la misma intensidad que en la actualidad. En aquel instante de nuestra historia reciente se trataba solo de cambios en la aerodinámica y como esta disciplina tiene unas constantes universales, las diferencias, aunque apreciables, tampoco es que fueran muchas, pero en este 2014 que ya hemos abierto ha cambiado todo, desde la propia mecánica a cómo va a ser aplicada. Mayores volúmenes dentro de los coches y nuevas exigencias externas con un mismo horizonte: ser lo más rápido y fiable posible.

Que me maten si se puede llamar feo a esto…


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