Confieso que durante la retransmisión de las campanadas que abrían el
Año Nuevo vi a don Cristóbal Montoro a pantalla completa, jodiendo la
fiesta, anunciando no la apertura de 2014 sino de un 2013 que nos tocará
revisitar de nuevo en toda su infinita crudeza. Sin duda fue fruto de
los vapores del alcohol bebido durante la cena o de esa tendencia que
tengo al humor negro, en todo caso, nuestro Ministro de Hacienda era un
mal sueño cuando terminé con las uvas.
Vienen elecciones y ha comenzado el ruido ambiental. Todo va bien
aunque no subo precios desde 2009 y las cosas me siguen costando cada
vez más, como a vosotros. Meto las mismas horas que antes pero ahora el
mes se evapora el día 20 y amenaza con hacerlo el 15 en cuanto lleguen
las primeras facturas. Pero todo va bien, ya me entendéis, a pesar de
que el cansancio y el pesimismo siguen haciendo mella en la gente. Todo
va bien y los brotes verdes empiezan a germinar, dejémoslo ahí. No lo
toquemos.
En fin, quería hablar del ruido y a ello voy.
No sé si sabéis que hay competiciones deportivas en las que está
terminantemente prohibido dejarse acompañar por melodías. El pinganillo
en la oreja, un ritmo ajeno en el oído y el corazón, están mal vistos en
las maratones y el atletismo en general, por ejemplo. Es normal, el
esfuerzo físico, para ser considerado como tal, debe estar acompañado de
un esfuerzo mental que no admite demasiados paliativos. En este
sentido, la música, que como es bien conocido amansa a las fieras,
supone una ventaja para el ser humano porque le ayuda a sobrellevar el
cansancio, a conseguir la cadencia adecuada, a sortear el mazazo que
propina la soledad, de manera que aplicando aquello de muerto el perro se acabó la rabia, erradicada, el deportista se encuentra solo y solo responde al reto que se ha propuesto.
Esto de quitar la música de en medio no sólo atañe al ámbito
deportivo. Hay multitud de experiencias pedagógicas que requieren de los
alumnos que se enfrenten a la necesaria introspección sin ruido. Así,
pensar en silencio, escucharse, oír el runrún interior, son herramientas
imprescindibles para encontrarse consigo mismo en el camino que busca
la creación, el pensamiento o la perfección…
Me habéis leído infinidad de veces referirme a cómo han cambiado las
cosas en la Fórmula 1 desde que se introdujo la radio para establecer
conexión entre el piloto y el muro, a cómo aborrezco que se compare lo
que hace Sebastian en la actualidad con lo que hacía Ayrton en términos
de poles, a cómo pienso que tener un amigo al otro lado del teléfono facilita las cosas.
Saber de primera mano que hay que apretar en T2 supone conocer dónde
la ha clavado tu compañero de escudería o dónde va fino un rival
inmediato. No es música en sentido estricto aunque suene a coro de
ángeles, pero es una referencia que no existía antes y hoy en día
permite a un conductor establecer las coordenadas donde se mueve con
posibilidad de modificarlas.
No me enredo. Senna, el tipo de la imagen que abre la entrada iba en
vuelta lanzada más solo que la una. Su cálculo estimativo era fruto de
su experiencia, de su calidad y de su arrojo. No existían los sectores,
la vuelta era un universo autoconcluso en el que se vencía o se mordía
el polvo. Ayrton jugaba al todo o nada con el Ayrton del espejo porque
el resto del mundo sencillamente no existía, y precisamente por ello,
sus poles valían su peso en oro en cuanto a esfuerzo físico y
mental. El brasileño era un atleta como lo sigue siendo Michael en la
cama de un hospital…
No hay nada que comparar. Ese tiempo de introspección y poesía ha
desaparecido para siempre. Es un signo más de lo mal que van los
tiempos, de lo que hemos perdido y no recuperaremos jamás. Hoy es más
fácil hacer esfuerzos colosales pero no pasa nada, salvo que hacemos mal
comparando etapas que no tienen nada que ver porque antaño los números
se grababan en piedra con las manos y en absoluto silencio, sin ruido, y
en la actualidad, se escriben sobre las nubes con lapicero y banda
sonora de fondo, de igual forma que Montoro nos fía bonito nuestro
futuro inmediato.
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