Se supone que debemos estar contentos, Jean Todt, actual presidente
de la FIA, ha renovado cargo y funciones por otro mandato más, y lo ha
hecho porque no tenía contrincante con quién medirse, así, por K.O., por
incomparecencia de rivales, como ganaban los césares en la antigüedad, o
casi.
El caso es que como decía antes, tenemos que darnos con un canto en las narices porque al parecer todo el mundo en el paddock y sus aledaños está feliz como una perdiz con esto de que le petit Napoleón siga al frente de la egregia institución por una temporada más.
Parece que fue ayer cuando Mosley, Max
Mosley, estaba llamado a ser embalsamado en su poltrona para permanecer
allí por los siglos de los siglos y cuando nadie lo esparaba anunció que
se retiraba definitivamente porque su integridad había quedado en
entredicho y sus nalgas al aire, y eso no hay british que lo
soporte. Total, que a recoger el testigo se presentaron dos auténticos
pesos pesados: a un lado del cuadrilátero Ari Vatanen, al otro, Jean
Todt, ambos contendientes bregados sobre el asfalto, cuyos nombres
sonaban a motor por los cuatro costados…
Pensábamos ingenuamente que ganábamos todos, pero ganó Todt, como es
de sobra conocido. Vatanen tuvo que marcharse con el rabo entre las
piernas y afirmando como buen político en ejercicio que es, que la cultura de la FIA no hay Dios que la cambie…
Y lo cierto es que algo de razón llevaba el finlandés porque hay cosas que no cambian ni cambiarán jamás en la Federation. El olor a naftalina en Place de la Concorde
es una de ellas, la otra, esa sensación de que en el seno de la FIA
priman las gabelas, los privilegios y las intrigas, más que el deporte. A
ver si no cómo conjugamos lo ocurrido este mismo verano pasado, cuando
sonó Michelin con fuerza para dinamitar la hegemonía de Pirelli y
apareció David Ward como salido de un armario ropero para disputar a
Todt su bien ganada corona.
Ahora que lo pienso tal vez fue al revés, primero ocurrió lo de Ward y
luego lo de la firma francesa de compuestos, en todo caso el orden de
los acontecimientos no importa porque en aquello hubo cambio de cromos
sí o sí. Ecclestone, valedor del contrincante fantasma a la presidencia
lo retiró en cuanto a Todt le pareció inmejorable que Pirelli siguiera haciendo de las suyas in saecula saeculorum, Amen, sin
nadie que la hiciera sombra por aquello de evitar una guerra de
neumáticos. La italiana se quedaba y estaba cantado que el francés
también, así que aquí paz y allá gloria, que decía aquel, todos
encantados de haberse conocido, vamos, lo que comentaba al comienzo, que
se supone que debemos estar contentos nosotros también porque si al
deporte le parece bien que Todt siga unos cuantos años más, quiénes
somos nosotros para enmendar la plana a nadie.
En fin, como el conejito de Duracell, Jean Todt sigue y sigue, y
sigue, y seguirá si nadie lo remedia, porque está visto que por
mantenerse en el trono por el bien de todos nosotros, de Renault y del Vive la France!,
el gabacho, como casi el común de los mortales, es también capaz de
vender su alma al diablo canoso que siempre sabe de qué pie cojeamos.
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