El aficionado no es tonto. Le dan a elegir entre un mundo lleno de niebla en el que cada destello llega cargado de épica y otro en el que las hazañas vienen precocinadas y listas para calentar en el horno microondas, y de calle se amartilla para jurar amor eterno al primero. Total, que la Resistencia, pasito a pasito, casi de puntillas, lleva tiempo mostrándose como una alternativa genuina a esa otra disciplina casi hermana que va por la vida de máxima categoría de todo esto, pero que seamos sinceros, hace lo suyo que no da la talla.
Sea como fuere, hace siglos que juré por lo más sagrado que jamás descansaría hasta ver a Fernando a bordo de un LMP1 en Le Mans y se ve que al ritmo que vienen los nuevos tiempos, a lo peor descanso antes de tiempo porque hoy por hoy, la Resistencia, como venía diciendo, se está postulando como complemento a la Fórmula 1 gracias entre otras cosas, a que el deporte, en su globalidad, ha decidido empezar a ser generoso con ella.
Lluvia tal vez, noche seguro, estrategia, velocidad y ritmo sin necesidad de pisar huevos. Titanes devorando kilómetros mientras los coches aguantan lo que no está escrito. Paradas en garajes, cambios de neumáticos y de pilotos, turnos interminables, jugar al gato y al ratón durante horas, contando las gotas de combustible que quedan en el depósito o visualizando los milímetros de goma que se dejan las ruedas en su rodar sobre el asfalto. Cruzando lo dedos en todo caso, a la vez que se agarra el volante soñando con llegar a la meta, que la mecánica no desfallezca y que el equipo no haya fallado en sus estimaciones. Pensando, quién puede saberlo, que tal vez apretando un poco, sólo un poco, se ganarán esos segundos que a la postre definirán quién gana y quién pierde, quién se sentirá satisfecho y quién volverá el año que viene a intentarlo de nuevo.
La Resitencia se dice, es más de equipo que la Fórmula 1, pero visto lo visto a lo que hemos llegado en esta última, nadie diría que la F1 no supone un miserable entremés de algo más grande que merecería la pena ser visto al menos una vez en la vida. Vettel a lo largo de ocho o diez pruebas consecutivas; Alonso en plan martillo pilón durante horas; Hamilton, machacando a sus rivales inmediatos en cada uno de sus relevos...
Sinceramente, no veo a más pilotos de F1 en esta tesitura salvo a Nico (Hulkenberg, por supuesto) y tal vez a Paul Di Resta. Marc ya lo hizo y lo ha seguido haciendo, y Pedro podría aguantar la tralla porque tiene temperamento de lobo estepario. Fernando sería el complemento perfecto. Ferrari no ha dicho que sí ni que no, sino todo lo contrario. Imagino, un suponer, el retorno de la de Maranello a los circuitos del Mundial de Resistencia con estos tres últimos tipos al volante y qué queréis que os diga, se me cae la baba de solo pensarlo.
De momento es Mark quien ha comenzado a subirse a un Porsche LMP1, que se llama 919 y que sigo apostando a que llevará la vitola de Red Bull, pero le seguirán otros porque como he dicho al principio, el mundo es más generoso ahora que antes con la Resistencia.
Hubo un tiempo en que la convivencia entre F1 y Resistencia era el pan de cada día y se ve que aunque la primera ya no es lo que era, aquella etapa de nuestra historia está volviendo, de puntillas, poco a poco, entre un sinfín de cosas, porque los aficionados no somos tontos.
Os leo.
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