Ahora que he tomado conciencia de que dentro de quince días nos
veremos las caras en Singapur, me ha venido a la memoria Michael
Schumacher, concretamente la manera que tenía el alemán de implicarse en
el circuito asiático que se celebra a la luz de las velas. Si mal no
recuerdo, de sus tres intervenciones allí sólo concluyó la primera, la
de 2010, porque en 2011 se ponía por montera a Kamui Kobayashi y al año
siguiente, a Jean-Éric Vergne.
También recuerdo que en 2008, temporada en que se pensó que el
trazado iluminado terminaría contagiando todo el calendario, Mark Webber
sufrió algunos poltergeist en la caja de cambios de su RB4 al
pasar sobre el tendido de cables de la línea de metro, en la misma
carrera en que Piquet Jr. llamaba con la mano al Safety Car, jugándose el tipo como un perfecto cretino.
Cómo olvidar todas estas cosas en una
tarde en la que sigo esperando que Maranello anuncie la renovación por
tan sólo una sesión de Felipe Massa, en la que anhelo la nota de prensa
con que Pirelli nos diga que para Suzuka y Buddh caen los medios y los
blandos y que para Yeongam, a pesar de que se prometió modificar la
elección para este año, se mantienen los superblandos y los blandos de
siempre, por si las moscas…
Pero volvamos a Michael, a ese rudo piloto que me cae como el culo
pero al que nunca negaré que conducía como pocos en la historia de
nuestro deporte. El individuo que tuvo el arrojo de llamar las cosas por
su nombre y poner a Pirelli contra las cuerdas al afirmar tajante que
conducir como pisando huevos no es precisamente conducir dándolo
todo ni cosa de pilotos de pelo en pecho. El tipo que arrugó la rodilla
tras haberlo ganado todo para caer derrotado por una Fórmula 1 en la que
se duerme hasta el tato, donde los adelantamientos son de mentirijilla y
hay tantos botones en el volante que uno termina perdiendo el sentido,
como le ocurrió al de Kerpen en Singapur 2011 y 2012 bajo la luz del
experimento de hacer carreras nocturnas porque lo de ponerlas en mitad
del desierto ya no sorprendía a nadie.
Y el caso es que Singapur, una carrera lenta y sosa como pocas, que
tiene como único aliciente que se disputa de noche, cobra esta temporada
estatus de equinoccio a partir del cual, los días serán cada vez más
cortos hasta que lleguemos todos juntos y agarrados de la mano al fin
del mundo conocido, el lugar al que los navegantes más valientes llaman
Interlagos.
Tiene su gracia, no me digáis que no. Que la mecánica, incluso la
aerodinámica, hayan perdido peso en favor de unas cosas insustanciales
que servían hace años como sencillas herramientas y que ahora hacen de vedettes,
es de risa en una actividad que se autoproclama como el máximo
exponente de la competición deportiva. Porque las ruedas, ese componente
que antes ayudaba a que el vehículo exprimiera sus prestaciones y
que ahora pone las cosas difíciles a los departamentos de ingeniería
incluso desde el mismo tablero de dibujo, van a resultar claves sobre el
circuito más artificial de todo el campeonato, Singapur, y ahí nos la
jugamos, señores, con lo que podemos decir que el Mundial, éste para ser
concretos, se resolverá dentro de dos semanas, en primera o tal vez
última ronda, en un parque de atracciones bien iluminado.
Michael, con aquello de «parece que conducimos pisando huevos»
había dado en el clavo, quién sabe si tal vez ser consciente del calado
de sus palabras. Pisan huevos pero les llamaremos héroes, el equinoccio
según San Michael. Algo para recordar y sin duda para contar a nuestros
nietos cuando estemos gastados y reconozcamos en nuestras ojeras y
arrugas, que lo vivimos y pudimos contarlo.
Pues tiene su gracia haber llegado a este punto de no retorno y de aburrimiento siendo (o debiendo ser) un deporte de riesgo y adrenalina.
ResponderEliminarHoy he escuchado que el albatros es un ave que duerme mientras planea, y mira tú, no sé por qué me he acordado de Vettel...
Un besote, Josetxu!
Según San Bruce...
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=MUV86v9W4HM
¡Saludos!