Tomo prestada la segunda estrofa de la canción Born To Die que como aurora boreal dibuja figuras ininteligibles sobre el infierno blanco, brotando poderosa de la garganta de Lana del Rey, para recordar que hoy hace exactamente 66 años, venía al mundo un ser imperfecto que llegó a coronarse como rey de los circuitos tan sólo una vez, pero al que los aficionados aún no hemos olvidado ni seguramente olvidaremos jamás.
Como a todo Peter Pan, su infinita e infantil timidez lo llevó a escribir su nombre más grande acaso que el de los patrocinadores sobre su casco, a volar más rápido que nadie, a tomar riesgos que ni los más oscuros héroes aceptarían, a ser por encima de todo y de todos, a consentirse como un tipo estridente en todos los sentidos, un espíritu libre, un hombre al fin y al cabo, que supo sobreponerse a sí mismo a base de enmascararse en la piel de un oso grizzly que no conocía medida ni aceptaba fronteras.
Le veremos vivo de nuevo en cuanto se estrene Rush, conveniente edulcorado a nuestro gusto por el actor Chris Hemsworth, pero James era feo aunque atractivamente animal. Cráneo rotundo, cara cincelada al primer intento, quijada grande, amplia sonrisa, pómulos y arcos supraorbitales bien marcados, ojos pequeños y una melena pajiza, espesa y larga, que silenciaba sus orejas como una vez ceñido el casco, éste ocultaba a su vez su infinita vulnerabilidad para dejar libre lo importante, una mirada acerada de halcón que le ayudaba a sobrevivir lo que duraba una prueba a la espera de poder fumar el siguiente cigarrillo.
Es verle ahora, a lo lejos, por supuesto, y entender cuál era su magia fuera de los circuitos. Olor a aftershave, a tabaco y alcohol, quién sabe si a sudor y por supuesto, a una seguridad impostada de la que hizo bastión y plaza fuerte para defenderse de una realidad que necesitaba consumir a borbotones para que ella no le consumiese antes a él.
Un tipo así sólo podía ser piloto a mediados de los sesenta del siglo pasado. ¿Quién quería ser médico pudiendo ser cacique bárbaro entre gentlemens, y además, divirtiéndose y cobrando? James en los circuitos también olía a aftershave, tabaco y alcohol, por supuesto a sudor, pero dejaba su seguridad impostada en el garaje en cuanto arrancaba su vehículo. Entendía rápido las trazadas y el pie del que cojeaban los rivales, tenía feeling con su volante fuera cual fuese el cacharro que llevara bajo el culo, incluso el incomprensible Wolf de 1979 con el que se retiró. Corría rápido para terminar rápido.
Hizo amigos y enemigos durante su carrera. Se coronó en 1976 en el infierno de Fuji y sacó a Ronnie de las llamas en Monza en 1978, y mientras tanto, vivió su pasión sin que vencer o perder le quitara el sueño, a borbotones, como los hunos recorrían la estepa a caballo, huyendo de sí mismo y a la vez esperando encontrarse, protegido de todo y de todos bajo un casco negro del que destacaban en sus costados dos palabras en blanco y superpuestas: James Hunt. Bajo la visera, él y su miedo.
Happy Birthday, James! Take me to the finish line!
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