Si creyera en los lobos, de los de papel maché, se entiende, me tocaría un poco las narices que Luca di Montezemolo hubiese sustantivado su squadra frente a Fernando, apostando precisamente por el ciego cierre de filas y porque el hombre bala sea capaz de renovar su contrato, que a lo peor puede.
Ferrari hace tiempo que lucha sobre los circuitos a la pata coja, concretamente desde que Felipe, mi Felipe, sorteara la muerte en el circuito de Hungaroring para volver a su equipo, malparido, impreciso y roto, a pelear con gigantes que conforme pasa el tiempo se resuelven entre la bruma como molinos amenazantes.
Quiero al paulista y lo he defendido frente a amigos y enemigos, pero el amor y la utilidad rara vez van de la mano en los negocios, de manera que hace eones propuse para él un retiro honroso, dentro de la famiglia, al lado de los que han sido los suyos y le sigue queriendo, porque mal que me pesara admitirlo, mi Felipe había dejado de ser útil para La Scuderia. Posteriormente, viendo que nadie me hacía caso, anuncié también que la solución a lo que estaba sucediendo iba a terminar como el rosario de la aurora y que la culpa iba a ser exclusivamente de un Montezemolo heredero de generales y cardenales, que ejerciendo de padrino verbigracia de FIAT, no ha entendido todavía que las heridas mal cerradas siempre acaban supurando veneno.
Mal para Felipe, mal para Ferrari y mal para Fernando, ése y no otro es el cuadro que propone el que fuera inteligente y prometedora mano derecha de Il Commendatore cuando Daniel Brühl corría para la de Il Cavallino Rampante. Él sabrá que gabelas tiene con Jean Todt y su hijo para someter a Massa año tras año, a un examen de reválida en aras de conseguir una renovación que jamás lleva a ninguna parte porque el Nano no es Schumacher, y porque Felipe, seamos sinceros, no le tiene al asturiano el miedo y respeto que le profesaba al de Kerpen.
Así las cosas, Maranello es un escenario mullido para el brasileño. Cómodo hasta el punto de que las amenazas se las lleva el viento a poco que acompañen unos resultados tan rácanos y asequibles que hasta don Enzo se sonrojaría de proponerlos.
Felipe se crece en la igualdad y protesta acaso por el trato recibido si se siente ligeramente menospreciado o rozado siquiera, pero se escabulle cuando las cosas se complican y desaparece literalmente del mapa cuando se le necesita, cuando le necesita ese equipo que llena la boca de don Luca para enfrentar a su primer piloto a una cura de humildad en la que ni él mismo cree, cuando éste protesta porque se siente solo sobre el asfalto e indefenso en los despachos.
Con un monoplaza como el F138 y sin estridencias ni necesidad de parecerse al RB9 del enemigo, una buena dupla de pilotos impondría su criterio, rascaría puntos a los rivales, serían dos y no uno y remarían juntos para enfrentarse al mismísimo infierno, pero con Felipe como compañero, Fernando brega solo y eso termina hastiando en un universo en el que las parejas ganan a los ases por muy de picas que sean.
Felipe no pone nada en la actual ecuación rossa que no podría poner cualquier otro piloto, y eso es lo malo, porque tasando la humildad a la que aspira Montezemolo en su franja baja, en lo ramplón, para que nos entendamos, sólo queda esperar a que el hombre bala acierte a dar con la diana mientras el sueño común se deshilacha y la soberbia emblemática de Maranello y sus tradicionales ansias de victoria, descansan temporada tras temporada en los hombros de un ser humano que por desgracia también se cansa.
Nos leemos.
Mal para Felipe, mal para Ferrari y mal para Fernando, ése y no otro es el cuadro que propone el que fuera inteligente y prometedora mano derecha de Il Commendatore cuando Daniel Brühl corría para la de Il Cavallino Rampante. Él sabrá que gabelas tiene con Jean Todt y su hijo para someter a Massa año tras año, a un examen de reválida en aras de conseguir una renovación que jamás lleva a ninguna parte porque el Nano no es Schumacher, y porque Felipe, seamos sinceros, no le tiene al asturiano el miedo y respeto que le profesaba al de Kerpen.
Así las cosas, Maranello es un escenario mullido para el brasileño. Cómodo hasta el punto de que las amenazas se las lleva el viento a poco que acompañen unos resultados tan rácanos y asequibles que hasta don Enzo se sonrojaría de proponerlos.
Felipe se crece en la igualdad y protesta acaso por el trato recibido si se siente ligeramente menospreciado o rozado siquiera, pero se escabulle cuando las cosas se complican y desaparece literalmente del mapa cuando se le necesita, cuando le necesita ese equipo que llena la boca de don Luca para enfrentar a su primer piloto a una cura de humildad en la que ni él mismo cree, cuando éste protesta porque se siente solo sobre el asfalto e indefenso en los despachos.
Con un monoplaza como el F138 y sin estridencias ni necesidad de parecerse al RB9 del enemigo, una buena dupla de pilotos impondría su criterio, rascaría puntos a los rivales, serían dos y no uno y remarían juntos para enfrentarse al mismísimo infierno, pero con Felipe como compañero, Fernando brega solo y eso termina hastiando en un universo en el que las parejas ganan a los ases por muy de picas que sean.
Felipe no pone nada en la actual ecuación rossa que no podría poner cualquier otro piloto, y eso es lo malo, porque tasando la humildad a la que aspira Montezemolo en su franja baja, en lo ramplón, para que nos entendamos, sólo queda esperar a que el hombre bala acierte a dar con la diana mientras el sueño común se deshilacha y la soberbia emblemática de Maranello y sus tradicionales ansias de victoria, descansan temporada tras temporada en los hombros de un ser humano que por desgracia también se cansa.
Nos leemos.
Lo has clavado, Jose!
ResponderEliminarUn abrazo!
Domenicali: "Mi opción preferida sería, por supuesto, mantener a Felipe, porque es muy buen chico, muy dedicado al equipo y cuando miras a tu alrededor no hay tantos conductores por ahí que se entreguen inmediatamente"
ResponderEliminarAlgún día espero que alguien nos explique el misterio de Massa en Ferrari.
King Crimson