Yipikayei!

Me dirán ustedes que soy malo, que mi lengua es de serpiente, pero no me negarán que la cara del tipo de más arriba transmite cualquier cosa menos confianza. Es el tricampeón más joven de la historia, un fenómeno indiscutible, el hombre que atesora todos los récords habidos y por haber, o casi, que en estas cosas siempre me tomo alguna licencia que otra, y para colmo y como nos llevan días recordando los medios que se llaman generalistas, a día de hoy mantiene una ventaja insalvable sobre su más inmediato rival que casi le ha puesto el campeonato del mundo de este año en bandeja.

Dicen que no tiene nada que demostrar, que lo ha batido todo, que es una figura que quedará en nuestra retina y memoria por los siglos de los siglos… Pero él no debe saberlo porque a ver, la cara de Sebastian Vettel durante la rueda de prensa de esta tarde demostraba una fragilidad y una tristeza indescriptibles.

Ido, Sebastian parecía ido y ausente, como si la pole conseguida por Lewis se le hubiese clavado en la espalda como un puñal helado, como si no tuviera confianza en ser él mismo cuando por avatares como los de hoy, la coyuntura establece que toca zarpar desde una posición menos amable en la parrilla, como si temiera algo que ni vemos ni sabremos ni rozaremos a descubrir siquiera.

Así, ahí estaba Seb, solo ante la nada que sólo el ve y los micrófonos de la prensa, y confieso que he sentido pena. Pena porque a pesar de la manta de palos que suelo propinarle cuando tengo ocasión, hoy el alemán me ha recordado al hijo piloto que no tengo y me habría gustado llevármelo del hombro a un apartado para decirle que el tuerto se ha equivocado siempre, que escuche conmigo Somewhere Over the Rainbow y olvide por un momento esa máscara que le han construido, porque en la vida no todo consiste en ganar y a veces es incluso sano dejar por una vez de interpretarse, y que piense mañana que conduce un Toro Rosso en Monza o mejor, un BMW en Indianapolis.

No sé por qué (os ruego que no me lo preguntéis), pero sospecho que a Sebastian le dolía esta tarde lo mismo que a Mark, esa sensación de que hay guión y hoy ha fallado o ha dado malas frases para que tropecemos, que alrededor de uno mismo siempre hay imperativos que nos cincelan hasta el punto de parecer héroes o derrotados sin que tengamos conciencia de a qué juego estamos jugando. Que a pesar de los pesares y el enésimo sacrificio del colega por el bien del ideario común, en definitiva los pilotos siguen estando solos sobre la pista, incluso los campeones siguen estando solos sobre el asfalto de cada carrera.

Hoy no ha podido ser, ¿y qué? ¿Qué importancia tiene una pole más o menos si vas tan sobrado…? Ya, no vas tan sobrado como dicen, pero piénsalo, ¿qué más da? La importancia de todo esto estriba en que nos lo creamos en la medida en que nos conviene a nosotros aceptarlo, no en la que deciden otros que nos lo traguemos.

Alegra esa cara, Seb, mañana tienes una bonita oportunidad, ganes o pierdas, de gritar yipikayei! por la radio así caigas en el octavo puesto después de haber salido segundo. El mundo no se acaba y los pintxos de Donosti te seguirán esperando, pero levanta el ánimo como lo ha levantado Mark y dí de una puñetera vez que no te gustan algunas cosas, golpea la mesa, señala con dedo afilado las que no te gustan, reprueba ese decorado que te está asfixiando y acepta que ya va siendo hora de ir sumando a poquitos en vez de victoria en victoria… Pero lo dicho, alegra esa cara, por Dios, que aunque sea un poema a mí ha dejado de hacerme gracia.

[Publicado en Diariomotor]