Quiero creer que había algo poético en el vagar sin rumbo de un vehículo que cumplía la liturgia de atravesar de parte a parte la pista sobre la cual se había dejado el corazón. Sin duda existe una cierta dulcura infantil en descubrir con los ojos abiertos como platos cómo un juguete sin niño busca su bien ganado reposo, incluso arriesgándose a colisionar con otros juguetes, con otros niños, hasta encontrar la caja donde duermen los sueños hasta la carrera siguiente.
Tiene gracia que fuera un Marussia al que se le rompiera el motor en Nürburgring como se rompían no hace tanto los propulsores en los colosos de cuatro ruedas: exhausto y rendido por el esfuerzo. Asombra que le ocurriera a Jules Bianchi aunque no sorprende tanto que fuese precisamente un Cosworth quien el domingo pasado, dijera basta.
Buscamos la belleza en los grandes gestos y sin embargo encontramos partículas de magia en las que posar los ojos, en cosas tan entrañables como ésta: un monoplaza cobra vida cuando viene la grúa a recogerlo e inicia un viaje a ninguna parte que rompe la carrera en dos como una hoja caliente un trozo de mantequilla —Mate viene en ayuda de Rayo McQueen y éste le dice a su amigo que no está vencido, que todavía tiene tiempo de hacer un brindis al sol—. Un miserable MR02 del fondo de la parrilla se convierte en protagonista de una obra en la que no tiene frase pero en la cual, se postula como un poema en el que no intervienen ni la FIA ni Pirelli, cuyas estrofas se han compuesto a espaldas del FOM para atrapar en su ejemplar sencillez el interés de la prueba y la realización, cuyos responsables no pueden dar la espalda a un evento que no está programado, delineado y cronometrado en la correspondiente claqueta, porque se intuye que dará la vuelta al mundo.
En Alemania hace dos días, la libertad, que es manantial de imprevistos, quiso mostrarnos algo.
El Marussia dorsal 22 y Jules habían discutido porque el uno no llama al otro por teléfono como acostumbraba a ser cuando luchaban codo con codo por ser derrotados juntos, desde el anonimato. El francés se apea y deja su vehículo varado a la espera de que recapacite y valore su responsabilidad en lo sucedido, y éste, rebelde aunque minúsculo, advierte a su piloto que puede hacerlo solo, que la responsabilidad grave está en dejar de perseguir los sueños, y espera la grúa y cuando la ve venir por los retrovisores se suelta y comienza a carretear marcha atrás, lenta y parsimoniosamente, como si fuese el rey del universo, y se mete en la pista ¡ay, Dios!, y busca que lo maten de un tiro o que le dejen vivo de una maldita vez.
El MR02 sigue cabezón su discurrir sobre el asfalto para asombro de profanos y expertos, y acaba su corto viaje cincuenta metros más abajo de donde se ha sentido traicionado, pero en el trayecto siente a su vez que ha triunfado, porque a pesar de Bernie y sus instrucciones contra la rusa por no haber abonado la cuota correspondiente, Marussia acaparaba en la televisión unos minutos que valían su peso en oro...
Decía al comienzo que hay algo de poético en todo esto, tanto en lo que atañe al desencuentro del juguete y su piloto, como en el asunto de que Nürburgring haya sido ampliamente considerada como una de las carreras más emocionantes de la temporada, precisamente porque Pirelli no había decidido traer sus compuestos más duros a la cita alemana, ni siquiera por precaución.
Os leo.
Y manda narices que sus minutos de gloria los obtuviese en su camino marcha atrás. ¡Qué gran alegoría de esta F1 que nos está tocando vivir!. Me ha encantado esta entrada, Josetxu. No nos dejes nunca ;).Buen día.
ResponderEliminarJose, no es por ser tú y hacerte la pelota, pero Nurburgring es uno de los circuitos más bellos del calendario. Lo que le pasó al Marussia sólo puede acontecer en una pista llena de subidas y bajadas, cambios de rasante, curvas de todos los colores.
ResponderEliminarOjalá nunca desaparezca del calendario!!!!
Un abrazo!