Vertiginosa lentitud [Montecarlo]

Sé que me echábais de menos, o mejor dicho, sueño con que me echéis de menos cuando como este inicio de semana, la paciencia que nos pedía hace poco don Mariano, se traduce en un ritmo de trabajo infernal con las orejeras puestas y un mal sabor de boca que no se quita ni con estropajo, al respecto de una carrera que transcurrió con vertiginosa lentitud el domingo, tal que en el emblemático Mónaco.

Sea como fuere, es miércoles y toca revisitar la hazaña de llamar Fórmula 1 a eso que gracias a los gilipuertas que dirigen el cotarro, propició momentos tan interesantes como cuando la cabeza de la carrera iba más lenta que la cola por aquello de: guardar gomas.

En este sentido, y puesto que sabéis de sobra de qué fue la película, quiero hacer mención de lo bien que estuvo Bern Maylander, único piloto en pista capaz de adelantar a Nico Rosberg, para liderar la prueba durante nada menos que catorce vueltas —¡ahí es ná! que diría aquél—, y lo afanosos y pulcros que anduvieron los mecánicos de las escuderías, cuando con la bandera roja desplegada (¡quién te ha visto y quién te ve, otrora sinónimo de desastre o aún de funesto imponderable!), dejaron inmaculados y en perfecto orden de revista los vehículos que habiendo salido a dejarse lo que no tenían sobre la pista en un asalto, terminarían disputando una obertura en falsete disputada a dos mangas.

En este podio improvisado, no quiero olvidar a los chicos de la FIA, tan celosos ellos de aplicar la normativa, que han olvidado hace tiempo que por encima de la letra, los jueces están obligados a imponer su criterio y su espíritu, ya que en caso contrario, ellos sí, podrían ser sustituidos por frías máquinas (total, para el caso...).

Dice nuestra Real Academia de la Lengua Española que el término «carrera», en su segunda acepción significa, y cito: Pugna de velocidad entre personas que corren, guían vehículos o montan animales, y cabría preguntarse si con las Pirelli y la FIA por medio no habría que cambiar la definición, al menos en lo que respecta a la máxima expresión del automovilismo deportivo, ya que lo que se dice velocidad, en Mónaco hubo más bien poca; y pugna, aún menos, porque los coches no caben en la ratonera del Principado y en un despiste, quien luche realmente sobre el asfalto se deja medio vehículo en cualquier lance tontorrón.

En fin, aceptemos que lo del domingo pasado fue una cita especial porque no se podía adelantar ni siquiera en la zona habilitada para el uso del DRS, asumamos que la organización del Gran Premio de Mónaco no paga el canon al FOM porque la prueba lo vale, y concluyamos como todos los años, que la carrera del Principado podría ir mejor pero acaba no satisfaciendo a nadie. Ganó Nico Rosberg, y eso es lo que debería quedar en nuestra memoria, salvo por un montón de flecos que iré desgranando en lo que queda de semana, con ánimo bien dispuesto a que entendamos que correr con vertiginosa lentitud, también es competición en estado puro.