San Jacinto

Somos pequeñas porciones de historia que navegan a la deriva sobre un tsunami de acontecimientos que ni gobernamos ni se dejarían gobernar si pudiésemos hacerlo. Somos un poco tontería en la nada, partículas creciditas del cosmos que creen ser lo que jamás serán, porque lejos de suponer episodios consistentes y autónomos, mal que nos pese admitirlo, somos aquello que definen los que nos contemplan y leen cada día.

Bastaría con que lo que nos rodea nos importara un pimiento, para que el dolor injusto de la excomunión por incompresión se mitigara hasta desaparecer bajo los efectos del ibuprofeno, pero si vales tanto como tanto das, como dicen, pero recibes a cambio de tu versión más geunina, una torticera en la que ni te reconoces ni maldita las ganas que tienes de hacerlo, amén de sentirte profundamente jodido por lo desequilibrado del intercambio, corres el riesgo de sentirte atenazado ad nauseam por esa duda que dicen algunos que es manifiestamente existencial —cosa que no resuelve nada, por cierto—, por la cual quien más y quien menos se siente nada en algún momento de su vida, sencillamente porque somos miserable polvo que volverá al polvo tarde o temprano.

A Vettel le pasa esto que digo ahora mismo. Es el tricampeón más joven de la historia pero sobre su cabeza se cierne un océano de dudas que le hacen tiritar de miedo, y en lógica, busca culpables para explicar lo que le pasa, y elige a su némesis para señalarlo con el dedo y decir que es él quien le ha segado la hierba bajo los pies, quien ha sembrado de interrogantes y piedras su camino, quien en definitiva, tiene más poder y lo utiliza para derribarlo, como si el alemán fuese un cordero que no merece el sacrificio que reclaman los dioses sanguinarios que han escrito su nombre en la lápida más pulida y brillante del Olimpo.

Yerra Sebastian como erraron muchos antes que él, porque su forzado exilio no se debe a la labor de zapa de Alonso, sino a que Fernando no ha sido derribado con éste su tercer título, como no lo fue ni con el primero ni con el segundo.

Llegados a este punto, cabría preguntarse a qué mundo pertenece cada uno de ellos, en qué momento se cruzaron el teutón y el asturiano, y de qué ha valido el cruce si es que ha servido para algo que no sea remarcar unas distancias insalvables que dudo mucho que se resuelvan en un futuro cercano, porque Seb pertenece a la órbita de los récords y los números, donde habitan tipos como Michael Schumacher, quien habiéndolo ganado todo, no puede impedir que se siga hablando ante que de él, de Fangio, Clark, Stewart, Senna o Prost, porque no les llega ni a la huella del zapato; y el Nano, que sin embargo, sin tanto título ni tanto anagrama bíblico, pernocta cómo y cuándo quiere al lado de leyendas como el tipo que ilumina esta entrada mientras escucho San Jacinto entonada por Peter Gabriel, para tomar a su lado, junto al fuego, el néctar mágico con cuyo aroma y paladar se distinguirán siempre los que han logrado en la competición la cuadratura del círculo: convencer sin triunfar; triunfar sin triunfar.

En el fondo es una sencilla cuestión de enfoque. Sebastian necesita vencer y Fernando sabe que vence aunque pierda. San Jacinto en todo caso.

Os leo.