Esta palabra rara que he utilizado para titular la entrada que estáis
leyendo describe un trastorno por el cual, los que sufren de él son
incapaces de reconocer los aspectos faciales de quienes les rodean o de
ellos mismos, llegado el caso.
Aunque resulte difícil de creer, podría ser que un día te miraras al
espejo y no supieras quién es ni cuál es la fecha de nacimiento de la
persona que te mira a ti quién sabe si con cara de asombro o de
estulticia, ni que hace ahí, al otro lado, ni cuáles han sido sus
razones ni cuáles son sus propósitos. Bajo los efectos de la prosopagnosia es posible incluso que te preguntes qué será de la F1 en nuestro país cuando Fernando deje de correr…
Comprendo perfectamente el agobio que
sienten algunos ante un futuro tan poco halagüeño como el que propone la
ausencia en la parrilla de nuestro bicampeón del mundo. Si ya está
jodida la cosa con él rodando, sin el asturiano es previsible que haya
menos información que la poca que tenemos para llevarnos a la boca, y de
peor calidad, sin duda.
Sin el de Oviedo, además, habría que descorchar el ruido de los
motores en la profundidad más oscura y húmeda de la bodega que tenemos
en propiedad, ésa que sólo da cobijo a pilotos que se lo merecen y no a cualquier mindundis
que se ha labrado un hueco a base de talonario y de manos, como han
hecho otros muchos en la historia de nuestro deporte, sea dicho de paso,
pero que han tenido la bendita fortuna de no haber nacido aquí, porque
aquí somos muy finolis, tanto que sufrimos de prosopagnosia selectiva
mientras lloramos preventivamente ante la incertidumbre de un mañana
que se cierne sobre nosotros como una peligrosa espada de Damocles.
El tipo que me mira ahora desde el otro lado del espejo comenzó en la
F1 sustituyendo a Sebastian Bourdais en Toro Rosso. En la de Faenza se
forjó como una de nuestras más jovencísimas promesas a lo largo de dos
temporadas completas y los meses que corrió en 2009. Tuvo sus cosas, sus
más y sus menos, como todo el mundo para que nos entendamos, hasta que
Helmut Marko le miró con su ojo bueno para partirle en zancadilla la
tibia y el peroné cuando la parrilla 2012 ya estaba cerrada y el hoy que
hemos vivido sonaba prometedor, aunque ya era lóbrego y hueco como un
ataúd desde Corea 2011.
Lo de menos es que a su compañero, Sebastien Buemi, le pasara tres
cuartos de lo mismo y que como le ocurre a él, tampoco haya encontrado
asiento para este 2013 que abriremos en breve. Lo importante es que Toro
Rosso es una escudería que busca vetteles a cascoporro aunque a
la hora de la verdad, prefiera despachar a su mejor gente con un tiro
en la nuca para seguir encontrando aprendices de brujo a los que
sacrificar en el ara de la excelencia.
No recuerdo cómo se llama ni sé si le reconoceré la próxima vez que
me cruce con él. Lo que sí sé es que aseguró al 100% el año pasado que
esta próxima sesión estaría de nuevo en F1 y que por esas cosas que
tiene el motorsport, se marcha al DTM bajo las toneladas de
desprecio que le dispensan los que el año que viene, o cuando sea,
estarán al 100% dispuestos a machacarlo como a un pulpo mientras cabilan
sobre si el buey y la mula eran imprescindibles en el belén, y por
supuesto, sobre qué será de todos nosotros cuando Fernando cuelgue sus
guantes y su casco.
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