¡Bienvenido a casa!

Una de esas noticias que pasan desapercibidas como las buenas acciones y las alegrías en los telediarios, ha sido la de que mi Felipe está de vuelta.

Escribí no hace mucho sobre lo bien que le había venido al paulista que Pirelli, la Pirelli que no quería interferir en el campeonato, endureciera sus compuestos del verano a esta parte, porque el brasileño, hombre de coraje y temple bridgestoniano, naufragaba de mala manera con las Pirelli, las Pirelli ésas que no querían postularse como juez y parte para no beneficiar a nadie.

Entre gomas, reglajes y una pizca de suerte mezclada con ancas de rana y alas de murciélago calentadas al baño María, Felipe se ha encontrado de nuevo en su salsa, y es que andar desubicado es cosa muy mala y el seis de Ferrari llevaba abonado a la inanidad más absoluta desde que su frente bajo el casco se topara con el muelle que el Brawn de su compatriota Rubinho, se dejó olvidado en Hungaroring tal que un desagradecido 26 de julio de 2009.

Sea como fuere —con las cosas de la confianza uno nunca sabe—, mi Felipe lleva unas cuantas carreras que parece el Felipe de antaño. Correoso, marrullerete, que digo pero insinúo... pero en pista, donde vale, puritito saber estar para un escudero que ya nos iba haciendo falta a los tifosi, porque eso de ganar campeonatos a la pata coja será muy épico, no lo discuto, pero no deja de ponerse muy cuesta arriba.

En este sentido, la segunda plaza lograda este año por la de Maranello en el Mundial de Marcas, se llama Felipe para más señas, aunque detrás de él haya toda una aventura que lleva la firma de Stefano Domenicali, el seminarista, el hombre que sabiendo de qué pie cojeaba el convento, ha sabido redecorarlo y reordenar el claustro a partir de ese binomio de pilotos que hoy por hoy supone el anagrama sobre el cual levantar ladrillo a ladrillo el mañana, ya que con Fernando y Felipe sólo hay que pensar en el coche mientras otros experimentan con el habitáculo incluido, y no miro a la de Woking, porque quedaría demasiado feo.

En este enigma de esfinge, la estabilidad tenía y tiene nombre propio: Felipe, de nuevo; y aunque había que convencerle, por supuesto, quién mejor que él para dar cobertura a un tipo como Fernando, un individuo que le trata de igual a igual sin forceps ni imposturas, y que si lo encuentra en Canadá, pongamos por caso que en otra escudería distinta, jamás lo arrincorará contra el muro como a una rata, como hiciera un Kaiser desgradecido en un pasado que ni era perfecto ni pluscuamperfecto, sino otra cosa bien distinta.

Domenicali tendrá sus cosas, pero en esto de mi Felipe ha acertado de pleno, porque dar una nueva oportunidad a un hijo pródigo asegura su lealtad y que la escuadra funcione como un cronómetro suizo a partir de ya mismo. Cada uno en su sitio, como Dios manda, con Felipe rosso squadra, rosso scuderia, rosso por un año más, porque la alternativa es un Felipe que viste de nada y el paulista nos hace falta, como en Interlagos, sumando, apoyando, conquistando en cada carrera una pequeña parcela de paraíso, para que aquellos que seguimos creyendo que la generosidad siempre encuentra recompensa, porfiemos en nuestro yerros y flaquezas.

Pequé, Felipe, te dije adiós cuando debía haberte dicho hasta luego. Hoy estoy orgulloso de haberme equivocado. ¡Forza! ¡Rosso o nada, criatura! ¡Rosso por siempre. Bienvenido a casa!

Os leo.