Uno está bastante escaldado de que le den gato por liebre día sí y
día también, sobre todo cuando conoce de sobra al minino que le mira
sinceramente a los ojos, y entiende, además, que las liebres corren
libres por el campo y no suelen llamar a la puerta precintadas y con
instrucciones para ser aceptadas en la familia, porque alguien, quien
sea, dice que resultan ideales de la muerte como animales de compañía.
Por fortuna comparto vida con dos gatos, y lo menciono porque Hilargi, blanca, tranquila y mullida como la luna, y Bagheera,
el trastillo de la casa, negro como la noche pero alegre como un
mediodía soleado, me han enseñado a entender el mundo como ninguna
liebre habría podido… Quiero decir con todo esto que vengo avisado en
cuestión de felinos, y si hicieran falta aún más señas, antes que Hilargitxu y Baghy, diré que mis dueños se llamaron Sihaya y Guille en
un tiempo pretérito, y que entre estos y aquellos he compartido muy
buenos momentos con otros ejemplares de este tipo de animal doméstico al
que también idolatraba Mark Twain, por tirar de un ejemplo a mano.
Como no podía ser de otra manera, también me gusta catwoman,
y por supuesto si la interpreta Halle Berry, tanto que os invito a que
no dejéis de mirarla mientras lanzo mis dardos envenenados contra la
liebre que ha soltado la FIA para remachar el concepto de deporte verde
con el que se está abriendo paso entre los incautos, ganando pelas a
espuertas y justificándose desde hace la intemerata, y que hace
relativamente poco (es lo que tiene escribir recién aterrizado de las
vacaciones), ha ganado quintales en base a una alternativa eléctrica a
lo que ya tenemos, que amanecerá si nadie lo remedia en 2014, y que será
liderada por Alejandro Agag (¡Ag!), con la aquiescencia de Jean Todt.
Es cierto que con tan amplios antecedentes como los que presenta nuestro amado organismo rector, y con padrinos tan nobles como los del yernísimo del que fuera Nuestro Presidente, resultaría incluso sencillo tumbar el ideario de la nueva idea
(válgame la tontería), pero esta noche no pretendo ir por ahí, sino
meterme de lleno en la puñetera manía que tenemos de evitar llamar a las
cosas por su nombre y lo que perdemos con ello.
La F1 contamina, es contaminante, fea ecológicamente hablando,
costosa para el erario ambiental de todos, y lo suyo sería admitirlo sin
chorradas ni medias verdades para valorar después si su coste es
asumible o sostenible, que yo afirmaría que sí. No, no es de recibo que
cada vez que a los aficionados nos tocan la aldaba del compromiso con el
planeta entremos en pérdida, y menos en base a creer que nuestros mayores ya lo están intentando para que tengamos el alma tranquila.
No lo intentan ni lo intentarán porque no se gana dinero con ello,
así de sencillo y así de crudo, y si dicen que lo están haciendo, como
parece ahora, están mintiendo porque lo importante es seguir ganando
pasta y las propuestas verdes, por políticamente correctas y fácilmente
asimilables, resultan tremendamente rentables, no nos engañemos.
Así las cosas, sumemos al CO2
que ponemos en la atmósfera con cada escupida de motor de un F1 en una
vuelta a un circuito, lo que nos ha costado convertir en cristal líquido
cada hilo de fibra de carbono, lo que sangra en contaminación el calor
necesario para vitrificarla hasta conseguir tallar la carrocería de un
monoplaza, lo que pesa en energía cada uno de los elementos de última
generación que lo integran, lo que ahonda el precipicio común cada pieza
de plástico o un neumático, etcétera, y hagamos la cuenta… Sigamos
enfrentando datos, escalándolos, mirando a la cara lo que nos cuesta
realmente cada componente de un vehículo de competición, y llevarlo de
Asia a Europa o de ésta a América, de aquí para allá, en definitiva,
ecológicamente hablando, siempre, todo ello para que podamos disfrutar
cada semana o dos de un espectáculo de motor, y admitamos de una vez por
todas que salimos por un pico.
Pero no nos quedemos ahí, valoremos también lo que cuesta
ambientalmente hablando llenar cada mañana ciudades como Madrid,
Barcelona, Valencia o Bilbao, por ejemplo, de gente que va a su trabajo
desde sus periferias, en avión o en coche; cuantifiquemos la morterada
de esfuerzo energético que supone que 40 millones de españoles vivan por
encima de sus posibilidades pagando prenda a la señora Merkel,
etcétera, y comenzaremos a ver inmediatamente que la F1 no es tan
onerosa como parece, aunque siga siendo un blanco fácil para sus
detractores, precisamente porque no admite que sale por un ojo de la
cara, y lo que es peor, porque no sabe darla para defender que a cambio,
ofrece numerosos beneficios tasados en avances mecánicos, en
tecnología, en seguridad, en bienestar…
No pretendo hacer comparaciones idiotas. Costamos, claro que
costamos, y precisamente porque lo hacemos necesitamos ser responsables
buscando caminos de ahorro energético en todos los ámbitos que atañen a
la F1, pero el camino más falaz, el más artero, es precisamente decir
que ahorramos imponiendo criterios que sólo buscan prosperar en el
bolsillo de unos pocos. Establezcamos reglas bien definidas, marcos
amplios, horizontes realmente asequibles, y dejemos que la peña piense
por sí misma cómo alcanzarlos, con libertad plena, sin fórmulas
eléctricas ni otras zarandajas, porque a lo mejor nos soprendemos al
descubrir que un motor alimentado por baterías solares o por agua puede
hacer lo mismo que uno que bebe gasolina, y a mitad o a un tercio de
precio, pecuniario y del otro, del que nos interesa a la larga a todos.
Mientras tanto, sigamos mirando a Halle como nos piden, ya que ella
es el señuelo y realmente hermosa, qué demonios, pero hagámoslo
admitiendo que nos están tomando por bobos porque por quitarnos, nos han
quitado hasta los argumentos, y por ello, nos hemos convertido en una
sartén sin mango a pleno fuego.
La F1 ni es verde ni podrá serlo nunca, y si la disfruto sin
ruborizarme es, entre otras cosas, porque aparqué mi coche en 1997 y
desde entonces soy habitual del transporte público, de los favores, de
la espera en el andén, del horario frío, del caminar por las ciudades,
de la servidumbre con mi pequeño compromiso, todo con tal de sentirme
libre para amar lo que quiero, y sabiendo perfectamente que es lo que he
elegido hacer de la manera más responsable posible. Yo también miro a
Halle, para qué voy a engañaros, pero me preocupa lo espeso y oscuro del
fondo que la arropa.
Vaya mujerón !!! XDD
ResponderEliminarIndudablemente, este "entorno verde" que propone el primer mundo no es ni gratis, ni solidario, ni desinteresado,...sino otra más de las hipocresías que generan nuevas industrias y negocios millonarios al amparo de "protocolos" (que nunca se llegan a firmar por los países más contaminantes) y de multinacionales que sacan pingües beneficios por vendernos la moto con lo "verde".
Vivimos cada vez más, de cara a una galería que ni sabe ni, me temo, quiere saber.
Gracias!
Amén(liberal),Josetxu.
ResponderEliminarTiempo sin escribirte, aunque te leo a menudo.
ResponderEliminarMás razón que un santo.
Un caso:
Suecia, donde la ecología es una religión (se considera asunto de salud y no de medio ambiente), donde se grava con altísimos impuestos todo lo contaminante o causante de residuos, donde se plantea prohibir el uso de vehículos a gasolina dentro de unos años...
Aznalcóllar, año 1998, empresa Bolidén, vertidos tóxicos que provocaron un desastre medioambiental a las puertas de Doñana mil veces superior a los vertidos del Prestige..
Ni un duro pagaron como indemnización y costes de las multimillonarias tareas de limpieza que hubo que acometer en toda la zona...4.634 hectáreas de terreno.
¿Ecología?...¡ja!, ¡cuánta falsedad!!
Midori