Afirmar que un piloto no puede ir más allá del coche que conduce es como decir que Yeager no llevó más allá de sus límites a su Widowmaker,
o que el homínido que soñó con caminar erguido se quedó en los árboles.
La evolución nos viene demostrando durante millones de años que a poco
que se lo proponga, el hombre está siempre por encima de las
herramientas y conceptos que maneja, y que si no sirven a sus
propósitos, es capaz de inventar otros —sin ir más lejos, por ahí anda
el señor Higgs, quien para cuadrar su círculo, se inventó hace años una
partícula que parece haber sido vista hace bien poco—.
Los monoplazas se construyen bajo una serie de supuestos, atendiendo a
infinidad de datos cuantificables o tal vez no tanto, por descontado
que aplicando en ellos toneladas de experiencia, pero desde luego abiertos
a seguir evolucionado dentro de unos límites razonables —si no, de qué
nos pasaríamos la temporada viendo cómo se transforman desde que
comienza todo hasta que acaba—. En definitiva, están concebidos por
seres humanos con nobles aspiraciones pero con límites, y convertidos en
algo utilizable por los pilotos, por otros seres humanos con sus
consiguientes bondades y limitaciones.
No me extiendo porque creo que ya se me ven las orejas… Al tajo, como diría aquél.
Decir que un conjunto de piezas inanes que han cobrado forma y
utilidad por mentes y manos humanas, es una especie de jaula de la que
no puede salir un piloto por su propio pie, supone un ejercicio de
lógica muy traído por los pelos, un axioma huero de narices, porque el
juego en F1, consiste, precisamente, en que convivan la máquina y el
hombre que la conduce, de tal manera que la primera avance al ritmo que
marca el segundo, nunca al revés, porque en el conjunto de esfuerzos que
mueven una escudería se contempla, cómo no, la presencia de ese factor
humano que termina por poner todo patas arriba al insinuar caminos que
nadie había imaginado.
Bien, es cierto que no siempre ocurre esto que digo, que hay pilotos
que no saben imaginar hasta dónde puede llegar realmente su cacharro, y
que son la mayoría, para qué negarlo; pero hay otros que hurgan en los
límites de su vehículo y saben explotar la oportunidad de poder medirse
frente a un montón de cachivaches que sin ellos se quedarían quietos en
los garajes, o en el mejor de los casos, cobrarían vida dentro de los
límites previstos.
A estos últimos tipos se los rifan en el paddock,
precisamente porque son el imprescindible eslabón final de la cadena de
esfuerzo a la que me refería antes, y que decía que cuenta con ellos
para ver las posibilidades del monoplaza que les ha tocado en
suerte disfrutar en pista, de manera que una vez vez señaladas por
éstos, las nuevas experiencias y datos que haya arrojado la aventura
común, sean manejados por los departamentos de ingeniería
correspondientes para intentar avanzar un pasito más, y luego otro más…
Nueva herramienta, nuevo reto, y el ciclo se repite, ya sabéis.
Por todo esto y por algunas cosas más, no veo por qué un piloto no
puede llegar más lejos que la máquina diseñada por otros hombres para
que sea llevada a una meta, y mucho menos que cuando demuestra una y
otra vez que puede hacerlo, salgamos con la historia de que si ha
impuesto un nuevo límite es porque el coche se lo permite. ¡Faltaría más
que no lo permitiera!, pero es el piloto quien lo alcanza contra todo
pronóstico, no perdamos la perspectiva, y mucho menos para justificar
con ello la inmadurez de otros conductores que aún no se muestran lo
suficientemente diestros en el arte de la doma de vehículos, porque
carecen de la necesaria experiencia.
Están ahí y los vemos cada domingo de carrera, y sabemos todos
perfectamente quién juega a los dados como si fuera Dios, y quién se
limita a tirarlos sobre la mesa porque le falta la picardía necesaria
para saber que es él quien manda.
Hola Jose y todos,
ResponderEliminarSiento discrepar. El coche no es un caballo. Lo que los mejores pilotos logran es superar las espectativas de otras personas que juzgaron los resultados factibles con esa herramienta, pero no superan a la máquina. Si se logra ir más rápido es porque el coche permitía al piloto demostrar su pericia. Si no, es el piloto el que no sabe cómo sacarle mayor rendimiento. Es así. Un recurso poético, para mí tan ñoño como innecesario, establecer una lucha entre domador y fiera. No me hace falta comparar a Fernando con Ángel Cristo para saber que es el mejor piloto actual.
Disculpad el pragmatismo, que no le resta la magia del buen hacer superlativo, y un saludo para todos.
ABB
El “piloto” no es un conductor ni un simple pasajero. No es un tornillo sustituible por otro sin más como decía sir Frank. No creo que él mismo lo creyera sino que era una buena estrategia a la hora de negociar la cifra con estos individuos tan especiales como imprescindibles. No en vano tenía fama de tacaño y su argumento creó escuela no siempre para bien.
ResponderEliminarNo se puede separar el desarrollo del arte de la forja de espadas del desarrollo de la esgrima. No es que evolucionen en paralelo, es que solo pueden evolucionar juntas. Tampoco se puede separar el desarrollo del diseño de muebles y la ergonomía de las conductas cambiantes de las personas que los habitan.
Sobre el desarrollo de herramientas o instrumentos y el de sus usuarios y constructores son muy interesantes las teorías de Vygotsky sobre el desarrollo del lenguaje, del pensamiento y de las funciones psicológicas superiores. Por ejemplo simplemente recordar como la aparición de las “redes sociales” en nuestro bolsillo está cambiando nuestra forma de relacionarnos, y más allá nuestra forma de pensar y hasta de ser. Pero no solo eso pues es también el uso que hacemos de esas herramientas de “comunicación+inteligencia+social” lo que va modelando la propia herramienta. Si, “el medio es el mensaje,” pero no solo, pues los mensajes que van apareciendo van modelando el medio. No se si me explico.
Volviendo a la F1 y siguiendo estos argumentos es fácil entender la preferencia que tienen equipos en desarrollo por los pilotos maduros que han pilotado grandes monoplazas-herramientas. Ese es el valor de Heikki, Pedro, Rubens, Michael…
¡Saludos al anfitrión y a los invitados!