Mucho antes de que Fernandes vistiera a sus Lotus malayos de green racing con vitola amarilla, para terminar llamándolos Caterham, la tradición automovilística bebía de fuentes bastante sobrias a la hora de elegir la indumentaria de sus vehículos. No afirmaría tajantemente que los padres de este deporte no le dieran al cognac francés o al whisky escocés cuando decidieron no andarse por las ramas con los aspectos exteriores de sus coches, ya que la cosa a la postre, resultó tremendamente sencilla: por naciones, como se decía por aquel entonces, y un color para cada una.
Pasó el tiempo y la cosa cuajó como referencia visual indispensable, y al amparo de estas normas de estilo que estaban vigentes en todo tipo de carreras, se estrenaba el Mundial de F1 a mediados de mayo de 1950. Aquí cabe decir que antes de la II Guerra Mundial eran pocos los países que disponían de industria suficiente como para presentar sus bólidos en un Grand Prix, en las 24 Heures du Mans, o en otro tipo de pruebas, así que con cuatro o cinco valores cromáticos sobre la pista, el público ya sabía a qué atenerse sin complicarse la vida. Vamos, que no hacía puñetera falta liarse la manta a la cabeza con el Live Timing y el Twitter para saber que si ganaba un monoplaza azul, era francés por definición, y que si el vencedor destacaba en rojo sobre el asfalto, seguro que era italiano.
Al hilo, tengo que decir que desconozco por qué a los británicos les tocó en suerte el verde, aunque intuyo que algo tuvo que ver en ello las campiñas y los bosques de su tierra, cuestión que siempre me ha transtornado un poco, ya que en una prueba de coches lo lógico sería destacar sobre el trazado y el ambiente circundante, por aquello de se te viera, y no adoptar un color que podría hacer que pasaras completamente desapercibido...
En fin, sea como fuere, el verde, el green racing en sus diferentes matices, ha sido de siempre el color que ha distinguido a los vehículos de la pérfida Albión desde que aparecieron sobre los circuitos para hacer de las suyas.
Incluso después del forzado destierro de las pistas originado por la abrumadora presencia de los colorines de los patrocinadores, manía inaugurada por Colin Chapman en las postrimerías de la década de los sesenta del siglo pasado, el verde siempre ha estado ligado a la que llaman algunos la cuna del motorsport, y así, verde nos llega este próximo fin de semana el G.P. de Gran Bretaña, sobre el verde Silverstone, of course!, lugar donde hace ya 62 años, se disputaba la primera carrera de la época moderna, que se calzó Nino Farina sobre un 158 de Alfa Romeo, sea dicho de paso.
Curiosamente, el verde y el rojo son colores complementarios, de forma que el verde sobre campo rojo se ve a las mil maravillas, aunque el rosso sobre lienzo verde se distingue todavía mejor... ¡Estos italianos!
Jose, el origen del verde es curioso: Los colores de la bandera (azul, rojo y blanco) ya estaban ocupados por otros paises (Francia, Italia y Alemania) cuando tocó a la pérfida albión organizar su primera carrera de la Gordon Bennett Cup. Como las carreras estaban prohibidas en Gran Bretaña (¡qué vueltas da la vida!), se decidió hacerla en Irlanda, entonces miembro del Reino Unido, y en honor del pais anfitrión se eligió el verde como color para los british cars, aunque también era el color de los coches Napier, uno de los cuales fue el flamante vencedor de la edición anterior de esta carrera. Puedes elegir cualquiera de las dos teorías, o las dos, que queda más chulo. Saludos
ResponderEliminarXDDD Que Dios te lo pague, Gring, éste es un hermoso regalo ;)
ResponderEliminarUn abrazote
Jose