La justicia estrábica

Tenía prevista una tarde distinta, algo más silenciosa tal vez. No más tranquila, no, que bastante lo está resultando aunque a Roque —el lorito barranquero que acogimos, cuando por irritante fue desestimado como agradable compañía por sus propietarios—, le haya dado por hacer de Indiana Jones por el estudio para terminar en mi hombro derecho, lugar donde le tengo posado ahora mientras lee lo que escribo y susurra sonidos que sólo entendemos los que sabemos de verdad quién perenece a quién, quién aceptó a quién, y en definitiva, quién es quien manda en esas extrañas relaciones que se establecen entre mascotas y seres humanos.

Decía, o venía a decir, que me las prometía felices hasta que he descubierto, como muchos de vosotros, supongo, que la FIA ha echado para atrás el último apaño que se ha sacado Adrian Newey de la manga del mono de trabajo, aquel que sancionara preventivamente Charlie Whiting y que ha permitido a la austriaca sumar una bonita cantidad de puntos, sin que al parecer nadie considere pertinente quitárselos.

Y el caso es que a uno, bueno, a dos, que Roque sigue a mi lado, nos parece inconcebible que el mismo celo mostrado por el tipo que rompía las expectativas de Lewis Hamilton en Barcelona o las de Maldonado en Mónaco, ni haya asomado la oreja en un asunto que a la postre supone que Red Bull lidere la tabla de constructores habiendo hecho trampa, y Webber y Vettel vayan segundos en la de pilotos habiendo hecho trampa.

Siendo tan justos y equidistantes como ahora, rechina en la memoria la cautela que se tomó Mr. Bean con el asunto aquél de la evolución incorporada en el alerón trasero del 150 Italia de Ferrari, que quedó en suspenso hasta que se encontró tiempo de retocar el reglamento para declararla ilegal...

Y es que como decia el otro día, aunque me equivocaba de plano en mis estimaciones, Whiting es más peligroso que un revólver cargado en manos de un chimpancé, de manera que un día te pega un tiro en el pie, otro lo lanza al aire, y otro diferente te lo pone entre ceja y ceja sin que se le cambie la sonrisa, como si no sucediera nada, como si todo transcurriese bajo un formato de normalidad que sencillamente hiela la sangre.

¿Y si los puntos conseguidos por Red Bull hasta la fecha resultan cruciales cuando concluya el campeonato...? ¿En qué queda toda esta mandanga? ¿Y los aficionados. Y el deporte. Y la justicia?

Tengo explicación para casi todas estas preguntas: si al final gana Red Bull no ocurrirá nada. La mandanga consiste ni más ni menos que en aceptar que el hombre del tiempo sitúa el sol y la lluvia donde le conviene. Los aficionados importamos una mierda, como el deporte, y la justicia ni es ciega ni necesita levantarse la venda para ver dónde apunta, porque simplemente es estrábica y juega a dos o tres bandas según le convenga.

La única interrogación para la que no tengo respuesta es aquella que atiende al enunciado de: ¿por qué lo toleramos?

Venga, os leo, que Roque se ha ido a su jaula a hartarse de pipas y frutos secos. Él sí que sabe.