El octavo pasajero [Valencia]

Si me suele molestar tanta ingerencia de la FIA en las carreras, es sencillamente porque sé perfectamente que cada prueba lleva en sus entrañas los ingredientes necesarios como para que el espectáculo aflore, y que sólo hace falta un maldito detonante para que éste salga a la luz como por arte de magia, y no de la artificial, sino de la auténtica, de esa que te pone el vello de punta.

Así, esta tarde, por encima de las estadísticas y las previsiones más agoreras, por encima de la corteza de miras y la silicona, sobre el Valencia Street Circuit ocurría el milagro de que antes de retirarme de todo esto pueda decir que he vuelto a ver una auténtica carrera, de las de cabo a rabo, de las que hacen que la F1 se llame así, de las que jamás se olvidan.

Y es que esto debería ser siempre así, y bendigo la hora de que la zona de DRS se haya mostrado una vez más como una porquería pinchada en un palo para que los adelantamientos hayan surgido donde se tienen que dar: donde quiere el piloto, donde puede la máquina y donde triunfan las agallas y la inteligencia.

Obviamente para eso hay que tener manos, y Fernando las tiene, como cabeza. Y esta vez y además, también disponía de vehículo y de una escudería que iba a hacer honor a su nombre en tierras valencianas, para permitirle volar literalmente sobre el asfalto en misión de caza y captura sobre Sebastian Vettel y Lewis Hamilton, porque la F1 también consiste en meter presión desde atrás y el de Oviedo lo sabe perfectamente.

Ha bastado la salida de un Safety Car para que las presas se supieran a tiro porque el predador estaba lo suficientemente encima como para que comerse a Grosjean haya parecido algo demasiado sencillo. Y despúes flaqueaba la mecánica de Vettel poniendo a Alonso el triunfo en bandeja, y resucitaba Webber en retaguardia, y a un Lewis descalzo se lo llevaba por delante un feo Maldonado, y un Kimi al que ya no cabe dejar de tener en cuenta se colocaba segundo sirviendo de antesala en el podio al mismísimo Kaiser...

Y todo porque el octavo pasajero que buscábamos para rendir cuentas a los récords tropezaba ayer para salir undécimo hoy desde el armario de lo imposible, voraz y sediento, armado con su mejor coraza y sus mejores armas, con la intención de dar caza a todos sus rivales, uno a uno, en la pista, en los pasos por garajes o en el maldito inframundo donde la fortuna acostumbra a jugar a los dados cuando se viste de F1, y para llorar después, cuando el excedente de adrenalina golpea bajo, tan bajo como para que un coloso se rompa como un niño.

Os leo.