¡Felipe, siempre Felipe!

Quien peine canas a su tiempo y no antes, y sea padre o madre, por descontado, me entenderá mejor que nadie cuando afirmo que a los pilotos se les acaba queriendo como a hijos, que como a hijos se les comprende, y que como a tales se les perdonan las debilidades cuando la vida les zurra de lo lindo en el mar de mares de la adolescencia, incluso posteriomente.

Mi relación con Massa tiene mucho de esto que decía más arriba, tanto que seguramente estoy siendo de los últimos en aceptar que su posición en Ferrari no admite más paños tibios, por mucho que el brasileño forme una parte indispensable de esa manera tan mía que tengo de entender la F1.

Agonizaba lentamente el año 2008 cuando acuñé aquello de ¡Rosso, Felipe, rosso o nada!, en una entrada que he vuelto a leer antes de escribir ésta, porque lo necesitaba y porque esa es la cara de la moneda que quiero recordar del paulista, de mi Felipe, del hombre que tras haber servido lealmente a que Kimi obtuviera su título, lideró Ferrari en una época no tan lejana. Hablo del año siguiente, cuando a punto estuvo de conseguir el suyo, y por supuesto de comienzos de 2009, etapa que podríamos definir como la cumbre llena de luces y sombras de su carrera, el momento en cierto modo dulce, en cuyo seno pocos imaginábamos que apenas unos meses más tarde, la mala suerte le podía arruinar la vida como lo hizo en Hungría.

Como las polillas en verano, mi Felipe se había acercado a una luz que terminaría quemando sus alas. El nivel establecido por él mismo en la Ferrari que dejó huérfana Michael Schumacher, comenzó a jugar en su contra tras su regreso a los circuitos. 

Es cierto que en 2010 llegaba Fernando, pero sospecho ahora que aquello no deja de ser una anécdota, ya que Massa tenía un enemigo mucho peor con el que para colmo compartía habitáculo. Creo que lo insinué en su momento, pero el caso es que posteriormente, las dudas y la presión derivadas de su propia recuperación, le llevaron a defenderse en la esquina del cuadrila´tero, nada más y nada menos que de aquel otro Felipe que él mismo había construido.

Ése y no otro ha sido su Talón de Aquiles, lo digo honestamente. El resto es historia o debería serlo, porque a pesar de que el brasileño sigue siendo diana de mofas y bromas, la verdad es que no hay en ello nada reprochable, salvo acaso que Felipe y Maranello no debían haber dejado que las cosas llegaran tan lejos.

En lo que toca a mi chico, puedo comprenderlo. Asumir la derrota es un trago demasiado amargo para alguien que ha vencido y quiere seguir corriendo, escribiendo, ilustrando (poned vosotros la actividad que mejor os encaje). En el de Ferrari, no, porque La Scuderia no ha sabido gestionar ni los momentos ni las formas, permitiendo que el paulista esté mordiendo una vez y otra la lona, totalmente noqueado, cuando lo sencillo habría sido tirar la toalla en el instante adecuado, evitándonos a todos de paso, un espectáculo tan lamentable como el que está sucediendo ante nuestras narices.

Le acaban de dar a Massa el que parece ser el último aldabonazo, pero me temo que salvo que ocurra un milagro, el brasileño carece de capacidad de respuesta, lo que a la postre supone someterlo a un aumento innecesario de presión que puede terminar por hacerle trizas.

Como le decía el otro día a Noe Izumi: Felipe será siempre el que queramos recordar. Yo ya he elegido con cuál me quedo.