La vida se ha puesto muy cuesta arriba, no tanto por la cantidad de problemas que siembra a nuestro paso en estos tiempos que pasan por ser críticos cuando son tremendamente injustos, sino por la pesada sensación que nos sobrevuela al respecto de que el timonel que fija el rumbo por todos nosotros, puede estar tan embobado o borracho que haría falta una uña de metal y cinco brazos para separarle del timón que le hemos prestado, porque sencillamente cree que le pertenece.
Alguien podría decir que estoy haciendo política de andar por casa, que en una tarde de sábado como otra cualquiera, me ha dado tal vez por reclamar al actual inquilino de la Moncloa de todos nosotros, que se aplique el cuento que le recomendaba él desde la oposición al anterior inquilino de la Moncloa de todos nosotros, aceptando que una vez ha admitido publicamente que lo que está haciendo no asomaba la oreja en el programa electoral con el que consiguió su mayoría absoluta, si es que alguna vez lo hubo, lo pertinente, lo serio, lo engominado, pasaría inevitablemente por adelantar las elecciones para que el pueblo soberano sancionara o rechazara con su voto, el programa de gobierno que está aplicando porque él y su equipo dicen que nos conviene y que supone el único camino a seguir, aunque difícilmente nos saque del hoyo, salvo que suene la misma campana que podía haberle sonado al que le tumbó por dos veces consecutivas y cuya lastrante herencia sufrimos él y nosotros.
Pero no, hoy no se trata de hacer política sino de hablar de profilaxis, de ética, de honestidad, de maneras que afectan lo mismo a lo pequeño que a lo grande, de formas de ser y estar que cantan más que la Castafiore porque se basan en la estúpida tolerancia que dispensamos a la mentira en todos los ámbitos de nuestra vida, la misma que decía más arriba que se había puesto tan y tan cuesta arriba.
Así, quiero dejar constancia de que como ilustrador, desgraciadamente conozco demasiados editorzuelos que jugando con cartas marcadas dicen velar por los derechos de autor de la gente que ha confiado en ellos, con la intención última y exclusiva de justificar la rentabilidad de sus productos; a otros, que tras dormir la oreja de sus consumidores con idioteces en las que siempre asoma el profundo amor que sienten por quien les compra, no dudan lo más mínimo en sacar la albaceteña para rasgar su bolsillo desde los primeros compases de la confección de un libro; y aún a otros, por terminar, que cuando ejercían de críticos o expertos, o ilustradores como yo, antes de llegar al Olimpo, se quejaban abierta y precisamente de lo que ahora mismo están haciendo ellos porque toca hacerlo.
La vida se ha puesto muy cuesta arriba, repito, pero albergo esperanzas de que todo esto cambie, porque vivir en Gorliz me ha devuelto la fe en los seres humanos y me ha hecho pensar en que si fuésemos menos tolerantes con la mentira, posiblemente mejor gallo nos cantaría, ya que las gallegas de Paqui valen realmente el euro que cuestan y el café de Jose, Mari o Carlos, son infinitamente baratos porque en su precio no se contempla que se pueda hablar del Real Madrid o del Barça con la parroquia, por supuesto del Athletic y sus rivales, de las niñas y de mi propio hijo, de mi trabajo, del suyo y del de todos, y de mis paseos, y de qué tal va el día y de cómo pinta el futuro siempre negro; porque los viajes con Manolo a buscar el coño queroseno valen su peso en oro y no lo que marca el taxímetro, ya que transcurren al lado de un amigo en trayecto de ida y vuelta, lo que siempre sabe a poco...
Al rico ¡vendo, vendo! triunfan los señuelos, y aquí estamos, de vuelta del infierno.
No hay comentarios:
Los comentarios nuevos no están permitidos.