Esperando que gracias a mi humilde contribución del otro día, hayamos comprendido un poco mejor que las agallas de los pilotos no tienen nada que ver en el comportamiento nenaza de los monoplazas que conducen en coyunturas extraordinarias como las vividas en Sepang durante la celebración del G.P. de Malasia, y puesto que el de China está prácticamente a la vuelta de la esquina y me he juramentado a que llueva aunque sea por mis bemoles para que así Fernando pueda calzarse otra victoria, me ha dado por invocar al líquido elemento para la cita de Shanghai, recordando que la lluvia ha solido ser un elemento que ha salpimentado las carreras de todos los tiempos, sin ayuda de inteligentes propuestas como la que tuvo Bernie a la hora de insinuar que se podían regar los circuitos con aspersores para mejorar el espectáculo.
La lluvia, la auténtica, tenía la costumbre de aparecer cuando le venía en gana, cuando no había radares por donde verla llegar. Había previsiones, lógicamente, y amenazaba o no amenazaba con aparecer, y caía o no caía y santas pascuas, como diría aquél.
Es cierto que las vacas de Spa siempre han supuesto una grandísima ayuda en un escenario tan proclive al agua como el belga. Sospecho, también, que quien más o quien menos, dentro de las escuderías, días antes de la celebración de un Gran Premio trataba de localizar al pastor más afamado de los alrededores del circuito, porque ya se sabe que los integrantes de este gremio han sido y siguen siendo unos meteorólogos de tomo y lomo, mucho más eficaces que Mariano Medina (para los que no tuvisteis el gusto de verle en pantalla, Mariano era el Mario Picazo de la tierna juventud de los que ahora peinamos canas), pero como decía más arriba, en líneas generales, con la lluvia se la jugaba todo el mundo.
Es cierto que las vacas de Spa siempre han supuesto una grandísima ayuda en un escenario tan proclive al agua como el belga. Sospecho, también, que quien más o quien menos, dentro de las escuderías, días antes de la celebración de un Gran Premio trataba de localizar al pastor más afamado de los alrededores del circuito, porque ya se sabe que los integrantes de este gremio han sido y siguen siendo unos meteorólogos de tomo y lomo, mucho más eficaces que Mariano Medina (para los que no tuvisteis el gusto de verle en pantalla, Mariano era el Mario Picazo de la tierna juventud de los que ahora peinamos canas), pero como decía más arriba, en líneas generales, con la lluvia se la jugaba todo el mundo.
Y así ocurrió durante el transcurso de una de las pruebas más locas de todos los tiempos, el G.P. de Mónaco de 1982.
La cosa comenzó en seco, y discurrió en seco, y casi termina en seco, pero... ¡Efectivamente, apareció la lluvia y pilló a todo el mundo con neumáticos lisos y a tres vueltas del final!
Eran tiempos en los que no se sacaba la bandera roja salvo catástrofe, en los que no se acostumbraba a cancelar las preubas salvo que el director de carrera intentara echar una mano al cuello de un amigo para que perdiera el campeonato por medio punto (¡ay, qué bonito fue aquel año 84!), en definitiva, eran tiempos muy diferentes a estos.
Pero volvamos a esas tres vueltas finales del G.P. de Mónaco 1982. Prost lideraba la prueba porque Arnoux le había cedido el liderato en los primeros giros, accidente mediante, pero comenzaron a caer las primeras gotas y el Renault del francés patinaba terminando contra las protecciones. Patrese iba muy atrasado con respecto a Prost, y aunque el Ferrari de Pironi le estaba soplando en el cogote, lo que quedaba hasta la terminación de la prueba parecía pan comido.
El Brabham del italiano patinaba también, hacía trompo a la entrada de Loebs, y para colmo se calaba. Pironi, era líder, pero la alegría le iba a durar poco, porque su máquina se quedaba sin gasolina en mitad del túnel y tenía que ceder su posición a De Cesaris, sobre Alfa Romeo, quien también se quedaba sin gasolina al de unas curvas. Daly, a bordo de un Williams, parecía que se iba a llevar el gato al agua, pero tampoco. Habiendo perdido el alerón trasero y el ala izquierda delantera de su vehículo en diferentes lances, acabó claudicando por rotura de caja de cambios.
Y aquí que aparecía Patrese de nuevo, quien tras volver a arrancar su monoplaza aprovechando la pendiente que hay entre Loebs y la entrada del túnel, a la chita callando iba a ganar la carrera.
La lluvia intervino poco, la verdad, pero definió la carrera asegurando un espectáculo que algunos todavía recordamos. Ni aspersores, ni Coches de Seguridad, ni banderas rojas, sólo un puñado de locos sobre sus locos cacharros, enfrentándose a las circunstancias y tratando de sobreponerse a ellas, quedando retratados para la historia como los participantes en la carrera más loca del mundo, Mónaco 1982.
Igualito que Monaco del año pasado
ResponderEliminarQuerido José:
ResponderEliminarEvocaste unoas imágenes que apenas si recuerdo. Sé que vi esa carrera ¡pero hace 30 años! Me acuerdo perfectamente de esos pilotos, de ese Brabham al que le quitaron las alas delanteras y que en el siguiente modelo (creo que el BT 49) se quedaron con un diseño que ahora llamaríamos más lógico.
Echo de menos esas carreras en las que no sacaban banderas rojas y la lluvia era una bendición para todos, incluso para los pilotos.
Qué recuerdos... gracias por evocarlos. Grande Orroe!!!
No llovía.
ResponderEliminarMónaco lloraba por Gilles.
Buenos días a todos.
ResponderEliminarAnónimo ;) Sí, igualito que Mónaco 2011 XDD
Martín ;) Yo también echo de menos todo aquello. Los coches rompían, la incertidumbre campaba por los circuitos. Había magia y espectáculo a raudales :P
J-Car ;) Segunda prueba sin el quebequés, primera en la que retornaba Ferrari tras su ausencia en Zolder. Llevas razón, compañero, Mónaco seguía llorando por Gilles, gracias por recordárnoslo ;)
Un abrazote
Jose