El camino

Esta entrada debería suponer la última. Cuando inicié la aventura de este blog, decidí que duraría 1.000 asaltos, ni uno más, ni uno menos, y ésta hace, precisamente, el número que me había marcado como meta.

Me miro en 2007 y no me reconozco. Busqué refugio aquí por huir de un mundo que se desmoronaba a mi alrededor, que terminó de naufragar un 24 de marzo del año siguiente, tocando los arenales del fondo al filo de las 12 de la noche. Era verano cuando escribí mi primer texto, y mira por dónde, cuatro años después, en la misma estación, debería estar cumpliendo mi promesa...

Sostengo entre mis manos el primer volumen de mi ahora extensa biblioteca. A punto de cumplir 12 años pedí a mi padre que me regalara un libro sobre ciencia y un bloc de dibujo, una goma y un lápiz profesionales... Cumplió con creces, aunque de todo aquello sólo me queda «Maravillas del siglo XX» (Ed. Gaisa S.L., 1970), el baluarte sobre el que cimenté mis ilusiones, hasta que a la edad de 14 años decidí unilateralmente hacer la competencia al bueno de Julián, papá, siempre papá, con los lápices y pinceles, renunciando a la ingeniería y la arquitectura.

Bien es cierto que por aquella época devoraba también la Enciclopedia Temática CIESA, pero ésta pertenecía a mi hermano mayor, por linaje y jerarquía, y rozarla siquiera me parecía un pecado de sacrilegio en el que así y todo abundaba en cuanto podía, fomentando, sin saberlo, mi natural inclinación hacia la iconoclastia.

Fueron tiempos hermosos, como toda adolescencia que se precie de serlo, aunque se haga necesaria la perspectiva que dan los años para valorarla en su justa medida. Hoy soy padre de un jabato que lucha por abrirse paso, y qué queréis que os diga, se me escapa inevitablemente una sonrisa cuando le veo luchar contra sus propios fantasmas como si fuesen avatares del infierno.

Decía que sostengo entre mis manos el regalo de mi padre, y este otro que supone haber llegado a las 1.000 entradas de una aventura que jamás fié a tan extensa, porque lo de poner ante sí metas inalcanzables viene bien por aquello de marcarse objetivos en la vida, pero para nada más, de manera que cuando uno consigue rozar sus afanes con la punta de los dedos, se queda de un aire, como diría aquél, y decide o bien ponerse serio y pasar a la historia como hombre de palabra, o por el contrario tomarse la vida a chota y darse una nueva oportunidad porque en el fondo siente que la merece.

Sigo. Aquí estaré como siempre, a las mismas horas, ejerciendo mi derecho a las ausencias o los excesos, porque lo importante es el camino que recorremos, y caminando disfruto. Pero, con el objetivo cumplido, cada entrada nueva supondrá un pequeño tiempo de descuento que podremos aprovechar todos, vosotros y yo, hasta que todo finalice, porque terminará tarde o temprano, lo juro.

Esto último también me lo enseñó mi padre, con quien coincidí a la edad de cuatro años en el dormitorio principal de la casa familiar en Cabieces. Él interpretaba al silencioso fotógrafo que congelaba el tiempo para la posteridad. Yo, a un crío que sobre la cama de sus progenitores sostenía un globo con las manos, tal vez pensando en cuáles eran las oscuras fuerzas que lo mantenían cernido en el aire, sobre su cabeza.

Él, yo, Josu, y por supuesto, vosotros. Escribo, trato de hacer literatura. Seguiré escribiendo... ¡Hasta mañana!