Con la que comienza esta tarde, quedan hasta final de campeonato nada menos que 12 carreras, que irán sucediéndose una detrás de otra, deparándonos horas y horas de entretenimiento a poco que sepamos entresacar esas cositas que siempre agradecen los auténticos aficionados pero que no están al alcance de todo el mundo.
No pretendo valorar la limpieza de sangre de nadie. Si hay quien se siente lastimado en su orgullo porque hoy pueden hablar de F1 desde un portero de inmueble o un camarero, hasta incluso una señora de la limpieza, reconozco que a mí me encanta compartir tema de conversación con estos supuestos desarrapados, bajando mis propios humos en algunos casos, o ayudando a elevar, si puedo, sus rudimentarios conocimientos de recién llegados, porque en todo caso me siento uno de ellos y siempre saco algo que llevarme a la cartera.
Dicho esto, hay mucho desánimo suelto, y en parte los responsables son los mismos que nunca explican nada que no sea evidente, que están abonados al ya lo dije cuando no lo dijeron, que enarbolan datos para no tirarse a la piscina, que nos han venido vendiendo diferentes motos para intentar llevarnos a su propio huerto mientras permanecen enrocados en posiciones cada vez más inaccesibles, fundamentalmente técnicas, que no llevan a ninguna parte porque no las entienden ni ellos mismos.
La otra parte de responsabilidad, obviamente, recae en los que dirigen el cotarro, quienes poco a poco han ido cerrando el grifo de la información para que acabemos viendo sólo la parte de la película que a ellos les interesa. Y así tenemos un escenario plagadito de niebla en televisiones y diarios, donde cada cierto tiempo surgen sentencias incontestables, hasta que caen por su propio peso y son sustituidas por otras nuevas, que caerán, ¡vaya que si caerán!
En lo nuestro, lo sencillo es dibujar fronteras. Lo difícil, señalar claramente qué hay tras ellas. Pasa un poco como lo que le ocurrió al Titanic, que era insumergible hasta que un iceberg se lo llevó por delante; o lo que ocurre con la autorregulación de los mercados hasta que una crisis evidencia que el concepto tiene los pies de barro y mucha mala baba en sus entrañas.
Es lo que hay, pero tenemos la obligación de no cerrar los ojos. La F1 no se ha convertido en un deporte de ingenieros de la noche a la mañana, porque sencillamente siempre lo ha sido, aunque parezca que acabamos de descubrir el Mediterráneo. Y lo parece ahora, o parece ahora el quid de la cuestión, que es lo mismo, porque resulta fácil explicar cómo funcionaban un Lotus 25 o un Lotus 77, incluso el Yellow teapot, pero complicadillo acertar a decir cómo lo hace un RB7, no sea que resultemos incluso humanos. Así las cosas, la peña que debería guiarnos en el día a día se ha vuelto tan ciega como se le intuye al de la panadería que se ha animado a ver carreras porque corre un asturiano en ellas, y se pone cada vez más espesa porque sigue empeñada en erigirse en la única propietaria del queso, y por tanto, se siente celosa de que alguien ajeno tome un miserable trozo.
Lejos de las estadísticas y los fríos datos, cada vehículo, bien o mal diseñado, es conducido por unas manos y un cerebro, y así ocurren cosas inexplicables, y así hay lugar para la esperanza hasta que cae la bandera a cuadros. Esa y no otra es la auténtica magia en este negocio.
No pretendo valorar la limpieza de sangre de nadie. Si hay quien se siente lastimado en su orgullo porque hoy pueden hablar de F1 desde un portero de inmueble o un camarero, hasta incluso una señora de la limpieza, reconozco que a mí me encanta compartir tema de conversación con estos supuestos desarrapados, bajando mis propios humos en algunos casos, o ayudando a elevar, si puedo, sus rudimentarios conocimientos de recién llegados, porque en todo caso me siento uno de ellos y siempre saco algo que llevarme a la cartera.
Dicho esto, hay mucho desánimo suelto, y en parte los responsables son los mismos que nunca explican nada que no sea evidente, que están abonados al ya lo dije cuando no lo dijeron, que enarbolan datos para no tirarse a la piscina, que nos han venido vendiendo diferentes motos para intentar llevarnos a su propio huerto mientras permanecen enrocados en posiciones cada vez más inaccesibles, fundamentalmente técnicas, que no llevan a ninguna parte porque no las entienden ni ellos mismos.
La otra parte de responsabilidad, obviamente, recae en los que dirigen el cotarro, quienes poco a poco han ido cerrando el grifo de la información para que acabemos viendo sólo la parte de la película que a ellos les interesa. Y así tenemos un escenario plagadito de niebla en televisiones y diarios, donde cada cierto tiempo surgen sentencias incontestables, hasta que caen por su propio peso y son sustituidas por otras nuevas, que caerán, ¡vaya que si caerán!
En lo nuestro, lo sencillo es dibujar fronteras. Lo difícil, señalar claramente qué hay tras ellas. Pasa un poco como lo que le ocurrió al Titanic, que era insumergible hasta que un iceberg se lo llevó por delante; o lo que ocurre con la autorregulación de los mercados hasta que una crisis evidencia que el concepto tiene los pies de barro y mucha mala baba en sus entrañas.
Es lo que hay, pero tenemos la obligación de no cerrar los ojos. La F1 no se ha convertido en un deporte de ingenieros de la noche a la mañana, porque sencillamente siempre lo ha sido, aunque parezca que acabamos de descubrir el Mediterráneo. Y lo parece ahora, o parece ahora el quid de la cuestión, que es lo mismo, porque resulta fácil explicar cómo funcionaban un Lotus 25 o un Lotus 77, incluso el Yellow teapot, pero complicadillo acertar a decir cómo lo hace un RB7, no sea que resultemos incluso humanos. Así las cosas, la peña que debería guiarnos en el día a día se ha vuelto tan ciega como se le intuye al de la panadería que se ha animado a ver carreras porque corre un asturiano en ellas, y se pone cada vez más espesa porque sigue empeñada en erigirse en la única propietaria del queso, y por tanto, se siente celosa de que alguien ajeno tome un miserable trozo.
Lejos de las estadísticas y los fríos datos, cada vehículo, bien o mal diseñado, es conducido por unas manos y un cerebro, y así ocurren cosas inexplicables, y así hay lugar para la esperanza hasta que cae la bandera a cuadros. Esa y no otra es la auténtica magia en este negocio.
Yo he dejado de leer prensa deportiva, paso de que me digan hoy una cosa y mañana otra distinta. No se salvan ni las revistas. Dejé de comprar F1 porque me salía un pastón y la información que trae la puedes encontrar en la red mucho antes de que salga publicada, y Grand Prix me lo estoy pensando. Antes había artículos técnicos que te explicaban muchas cosas, pero ahora son todo opiniones y para eso prefiero sitios como éste. Qué razón tienes, maestro.
ResponderEliminarSaludos.
Buenas noches.
ResponderEliminarFelipe ;) Yo sigo leyendo prensa deportiva, pero confieso que por puro morbo XDDDD
Ya en serio, hay mucho palo de ciego y mucha generalidad, pero en el fondo pasa como en otros ámbitos, deportivos o no. Supongo, como he dicho otras veces, que es una consecuencia de la ausencia de información real, que nos afecta tanto a los aficionados como a los periodistas, pero de todas formas, me gustaría que soplaran otros aires más animados :P
Un abrazote.
Jose