Germanías

Vivimos entre sombras e ilusiones. Somos lo que creemos ser aunque parecemos siempre otra cosa, tan ajena a nosotros, distinta, espesa y pegajosa, que nos pasamos la vida intentando quitarnos su extrañeza de encima. Nos han enseñado tanto a pensar, a medir, que hay que hacer un esfuerzo inhumano para localizar en lo más profundo de nuestro ser aquel universo de sensaciones sin el cual resulta imposible vivir, el mismo que nos alentó cuando niños, y que aún caldea nuestras noches frías y perdidas bajo la soberbia idiota y ciega de nuestra bien ganada madurez.

¿Por qué pensar si se puede sentir? ¿Por qué razonar si es posible palpar los flecos de una esperanza que se antojaba inalcanzable hace unas horas, pero que nos alimenta ahora como un maná caído del cielo en mitad del desierto? ¿Qué ha cambiado? ¿Dónde estaba este mediodía el ídolo de barro a quien los agoreros humedecían los pies a salivazos? ¿En qué lugar su escudería encontraba la brújula perdida?

Gran Kahuna amanecía esta tarde en Hockenheim. Altivo, soportando bajo sus brazos dorados por el sol la tabla de surf conque pretendía dominar las embestidas de las olas se acercaba a la linde de la playa, y en el agua volaba sobre el circuito alemán con precisión milimétrica y altanero equilibrio, advirtiendo a sus rivales que aprende las lecciones rápido y resuelve como resolvía y resolverá si la fortuna le sonríe de igual manera que al resto de los mortales.

Hoy lo escrito ha perdido su sustancia. Las brumas se han disipado por un momento, se ha hecho la luz dejando paso a una sonrisa amplia que dibuja un rostro que ya no es el que era porque ha sido sustituido por otro cincelado a mazazos y reveses, tiznado por envenenadas dudas, sombreado por insidias y envidias, pero que sigue mostrándose capaz, como aquel, de resplandecer al lado de Vettel y su compañero Massa como el de un niño que conoce las respuestas porque siente y no piensa, porque palpa la potencia descomunal de sus manos, instinto y cerebro, sin necesidad de tasarla, porque intuye más que sabe, porque libre de ataduras razonables o lógicas se enfrenta a lo imposible y se queda a dos milésimas de segundo de conseguirlo.

Dos milésimas, un vapor o un susurro. Toda la nada y un minúsculo infinito concentrados en apenas unos centímetros, y la noche que se llena de ecos infantiles que merecerían ser enmarcados, congelados, protegidos de la intemperie, atesorados como esas vibraciones que nos permiten ser en mitad de la madrugada lo que realmente somos y no hemos dejado nunca de ser a pesar de las pesadumbres que nos han grabado el alma a fuego.

Mañana será otro día y nos ofrecerá otras alegrías, seguro, o tal vez otros sinsabores similares a los que hemos sufrido, pero nada cambiará el hecho de que a Fernando, esta tarde, lo hemos visto como lo vimos y lo seguiremos viendo.