Toro Rosso [Mónaco]

Disculpadme que me tome la libertad de mencionar brevemente la sólida carrera llevada a cabo por el otro Webber este mediodía en Monte-Carlo, pasando de puntillas sobre un Vettel que sencillamente no ha podido con su compañero, o rendir homenaje en un corto plumazo a lo grandioso que sigue resultando Kubica sobre su R30, pues lo reseñable de la prueba entraba en pausa a las puertas del lugar que ha ocupado definitivamente Felipe Massa, para volver a interesarme alrededor de la sexta plaza, ya que sólo he tenido ojos para un toro bravo que ha salido de toriles para llamar a que los tifosi crezcan en número y se prodiguen al grito ancestral que alienta la épica de la de Maranello: ¡Forza, Ferrari. Forza!

Y es que ya van dos, y si la otra fue silenciosa porque no nos enteramos hasta la terminación del G.P. de Malasia que Fernando había realizado su hazaña con problemas en su cambio, la de hoy ha adquirido una elocuencia inusitada gracias a que la realización se ha subido al F10 número 8 desde la segunda vuelta, para permitirnos observar en primera persona por qué Alonso sigue siendo el mejor piloto de la parrilla, que lo es, mal que les pese a algunos, y por qué La Scuderia tiene visos de encaramarse este año al atrio de las gestas, lugar que ha frecuentado en contadas ocasiones durante esta pasada década.

En menos de veinticuatro horas infernales, en el garaje, los mecánicos de la rossa sacaban de la nada un coche nuevo al que aplicaban los reglajes obtenidos con tesón por el asturiano el jueves pasado, los mismos que se convertían en papel mojado a la salida de Massenet, el sábado. Sin calificar, sin dar una miserable vuelta con el renacido monoplaza, Fernando salía desde el pit-lane para entrar otra vez sin concluir la primera vuelta, a quemar sus naves, como hiciera Cortés, saliendo de nuevo para devorar el suspiro de una ventaja todavía incierta, a base de arrojo y calidad, en una apuesta arriesgada que daba sus frutos aupándolo al sexto lugar cuando los demás participantes tenían que hacer su obligada parada en boxes.

Cornada iba, cornada venía, Alonso sentaba sus reales abriéndose paso en un circuito técnico que no admite bromas (que se lo pregunten a Hulkenberg, a Barrichello, o aún a Trulli y a Chandhok), y de no haber sido por el correoso Lucas Di Grassi sobre su inestable Virgin, el español muy bien podría haber pasado a su propio compañero, mi Felipe, que sigue pareciendo un desconocido, teniéndose que conformar con cubrir las espaldas de un Lewis Hamilton que era un remedo de sí mismo, al mostrarse el británico incapaz de aprovechar el enorme regalo que le hacía su escudería quitándole de en medio a Jenson Button.

Como decía más arriba, lo que pasaba entre Kubica y Alonso me importaba bastante poco, si acaso me importunó que Sauber siga machacando a sus pilotos con un vehículo que hace aguas por los cuatro costados, porque yo he tenido ojos sólo para los cinco toros rojos que corrían el particular encierro celebrado en las calles del Principado: Alguersuari mordiendo el polvo por primera vez ante Buemi, Webber y Vettel disfrutando de una superioridad que como en Malasia no les disputaba nadie, a pesar de que el de Cracovia estuvo a punto de estropearles la fiesta, y Fernando, el mejor de la tarde, sin duda, el único Toro Rosso destacable, por su bravura, y por demostrar que la F10 de Ferrari puede hacer honor a su linaje.

No hubo podio, pero ¿a quién demonios le importa?