Tengo que hacerme mirar esta querencia que muestro por las decoraciones negras salpicadas de dorados. Si ya lo admitía cuando me referí al Lotus 72, hoy tengo que agachar las orejas ante la evidencia de que otro de mis cachivaches más idolatrados iba pintado de negro y oro.
Vale, puedo defender la cosa tirando de lo mío, vamos, que el negro del Lotus pertenece a la gama Black Ivory, y que por tanto sus reflejos tienden de manera natural hacia los pardos, como le pasa al pelo de Bagheera (está hecho un perfecto gandul adolescente), siendo diferente al del WR1, que en el fondo es un azul oscurísimo, razón por la cual sus destellos son ultramares, pero terminaría por aburriros y no es plan. Básicamente es como si trato de explicaros las diferencias entre un Gris de Payne y uno sombra, así que mejor lo dejamos en que el trasto de Colin Chapman y el de Walter Wolf son dos de mis monoplazas preferidos, aunque hay manifiestas coincidencias en eso heráldico y medieval que destilan sus respectivas decoraciones.
Tampoco es que me vaya la vida en tener que explicar por qué me gustan más unos coches que otros, entendedme, pero en esto como en otras tantas cosas, me encandila comprenderme, saber por qué o por qué no, y el WR1 es una preciosidad porque me parece una puñetera cuña con cuatro ruedas. Muy afilado delante y muy rotundo detrás, corto de batalla y muy bien asentado, para colmo y si no me falla la memoria, es el primer coche que llevó el alerón trasero en versión puente, sin soportes centrales.
Podréis encontrarlo en numerosas referencias porque tiene el honor de haber sido el primer coche que ganaba una carrera en su primera participación en un campeonato del mundo (de esta sutil manera me ahorro el trabajo de describirlo en sus entrañas), y aunque el Brawn GP le disputa ahora mismo el hueco, lo de Argentina 1977 no tuvo nada que ver con lo de Melbourne de este año, vamos, que el WR1 (con Jody Scheckter al volante) hizo lo que hizo a pelo, sin la FIA, Charlie Withing, o su Safety Car de por medio. A la noble y vieja usanza, para que nos entendamos.
Eran otros tiempos y no queda sino plegarse a la incontestable realidad que imponen los nuevos criterios. Pero dicho esto, el WR1 era un concepto parido al abrigo de una legislación deportiva lo suficientemente abierta como para darle cabida; era también una respuesta diferente a las mismas exigencias a las que se enfrentaban los Ferrari T2, Brabham BT45, McLaren M26, Tyrrell 007, Lotus 78, y compartía con los tres últimos mencionados el propulsor Ford Cosworth V8 (como con más de 2/3 de la parrilla). Aún así, supo innovar lo suficiente como para calzarse dos Grandes Premios más en aquella mítica temporada de 1977, el de Mónaco y el de Canadá, que a la postre siginificarían el subcampeonato para el piloto sudafricano y su catapulta hacia Ferrari, pues Jody lograría dos segundos puestos, cuatro terceros y un décimo, completando la sesión con siete abandonos (dos por accidente), situándose de todas formas a tan sólo 17 puntos del campeón de aquel año (Niki Lauda).
Creo sinceramente que el WR1 fue un magnífico vehículo surgido al amparo de un reglamento que se dejaba de bobadas y entendía de qué iba la F1, no como ahora, y por ello he querido decorar esta entrada con una imagen que rinde homenaje a aquellos tiempos en los que la técnica y la innovación daban pie al espectáculo porque se encontraban muy cerca del aficionado, en los que cualquier aventura resultaba posible, y en los que creo, ¡qué demonios!
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