No tiene quien le escriba

No, el coronel no tiene quien le escriba, está solo al otro lado del muro, donde se toman las decisiones, donde se establece cómo se van a jugar las cartas. Llueve, llueve como si el cielo fuese una presa sin fondo desbordada, y hay un Renault que sale segundo en la parrilla, con gasolina para muy pocas vueltas, pero segundo, y con posibilidades.

Bridgestone había decidido traer los compuestos más blandos, y como el asfalto abrasivo del circuito se los iba a merendar en un abrir y cerra de ojos, Fernando, Alan y él, el sábado, habían decidido consumirlos al comienzo para abrir brecha suficiente y mantener una ventaja interesante tras el primer stint. Después, a otra parada, y a aguantar. Llueve, llueve como si el cielo clamara venganza, sin tregua, y Charlie ha decidido comenzar con el Safety Car.

Transcurren las vueltas y el coronel se siente menos solo. Le han dicho tantas veces que es un cuadriculado de tomo y lomo, incapaz de improvisar, que cree llegado el momento de dar un golpe sobre la mesa con una jugada maestra. Pero tiene miedo.

El Coche de Seguridad sigue rodando al frente de una parrilla dilatada, y el diluvio universal sigue regando la pista. Mira el radar, la tromba sigue encima y no tiene visos de pasar. Conoce a Charlie y sabe que es capaz de agotar el combustible del Mercedes de Maylander antes de dar el banderazo de salida. Toma aire. Vuelve a tomar otra bocanada. Entrecruza la mirada con Alan, con Flavio, con su propio reflejo en la pantalla del ordenador. Sabe lo que tiene que hacer pero prefiere esperar otra vuelta más. Le han dicho tantas veces que no basta con mirar a los lados del muro para saber lo que hacen otros y copiarlo, que ha llegado a interiorizarlo. Pero hoy han cambiado las cosas. Percible claramente que puede ser capaz de hacerlo solo, como cuando aprendió a montar en bicicleta. Improvisar. Improvisar. Aunque sea por primera vez en su vida.

En la vuelta seis rompe la baraja. No tiene vértigo. Se siente creativo y seguro aunque haya quien piense que que se ha vuelto loco. No importa. Da la orden. Recibe la negativa de su piloto, quien dice que está ahorrando gasolina y que puede alargar el primer stint. Él insiste, tajante. Metiéndolo tan pronto, cargándolo de combustible y enviándolo a una sola parada, la apuesta parece segura. Los demás, tarde o temprano tendrán que ir haciendo lo mismo, y Fernando estará delante.

Se siente reconfortado. Cierra los ojos y alarga la mano hasta sacarla del amparo de la techumbre para que reciba el agua bendita que anunciará a los cuatro vientos que no es un cobarde, cuando sus auriculares crepitan. Charlie anuncia que la carrera se relanza al comienzo de la vuelta siguiente. Ya es tarde para todo. Fernando está entrando y él ha vuelto a arruinarle la carrera. Sin abrir los ojos, cierra el puño empapado y vuelve a sentirse profundamente solo, tanto como para saber a ciencia cierta que esa carta que tanto espera jamás llegará.

Llueve. Llueve. Llueve.

PD: Concha, llevabas más razón que un santo ;)