La ingenuidad es un grado

Como creo que ya he comentado en alguna ocasión aquí mismo, me eduqué con los frailes menesianos de mi Portugalete natal, y el asunto cobra relevancia ahora porque cuando salí del colegio con 16 años (¡el C.O.U. recién terminadito, eh!) pensaba que el mundo organizado y jerarquizado que había conocido, iba a seguir velando por mí, valorando mis escasos méritos adolescentes y ayudándome a enmendar mis numerosos errores humanos, cuidándome, en una palabra.

Estaba equivocado y por suerte lo comprendí relativamente pronto. El mundo organizado y jerarquizado que había conocido era una répilca exacta del exterior, del que me iba a tocar vivir, pero no iba a velar por mí como pensaba, no iba a ayudarme a enmendar mis errores, sino que iba a penalizarme por ellos y también por mis méritos. Nadie me iba a cuidar si no lo hacía yo.

La verdad es que no recuerdo bien si fue duro o no, pero el caso es que acabé rechazando de plano una educación que había intentado convertirme en débil porque la sociedad necesita débiles para subsistir; que había resaltado como méritos simples actitudes convenientes; y que había tratado de ahogar mis auténticas inquietudes (más de un fraile alucinaría si supiera en lo que ando).

Viene todo este rollo a cuenta de que a veces pierdo la perspectiva de que estos tíos a los que adoro, a los que veo jugarse la vida vuelta a vuelta en cada circuito, a los que critico sin piedad o alabo hasta la extenuación, son en su mayoría chavales un poco mayores que mi propio hijo, críos como lo fui yo, o jóvenes como también recuerdo que fui en un tiempo ya lejano; e inmediatamente veo a los Ecclestone, Mosley, Briatore, Dennis, Whismath, Williams, Mallya o Montezemolo de turno (me dejo alguno, lo admito), vestidos de sotana, imbuidos de una santidad perversa que atiende a sus propios intereses, alabando actitudes dóciles para sus fines, rechazando de plano inquietudes honestas que no les resultan ni gratas ni adecuadas…

Me retracto. Todo este rollo viene a cuenta de que Heikki Kovalainen jugaba la semana pasada a avisar a McLaren de que podía ser más rápido que Lewis Hamilton I y por ello optar a llevarse el título de 2009, y ésta, a denunciar que el trato de su equipo ha sido en 2008 desigual, y el juego (su juego) me resulta amargo porque me recuerda épocas en las que tuve que inclinar la rodilla gratuitamente y porque le veo poco futuro.

Con los rescoldos de las quejas de Barrichello sobre Ferrari y Schumacher aún calientes, las palabras de Kova suenan a últimas voluntades de un reo que vendió su alma al diablo demasiado pronto, y el asunto no deja de tener su guasa porque salvo Heikki, todo el mundo sabía y sabe (al menos yo ya lo sabía y lo sigo sabiendo) que su puesto en McLaren consiste en escudar al chico bueno, al rentable, al vendible, al exportable, y que la prórroga de su contrato ejecutada antes de Alemania, premiaba su actitud dócil, su debilidad ante el statu quo, pues valoraba como mérito su conformidad con lo establecido y sus aparentes pocas agallas para revolverse dentro de los límites que marca un vínculo legal, muy por encima de sus enormes cualidades como piloto, que dicho sea de paso, a la de Woking le importan un carajo.

Bienvenido, Heikki, al universo de los ingenuos, sinceramente espero que despiertes pronto.