De un tiempo a esta parte se está extendiendo una extraña costumbre que toma un pie en la más falsa de las humildades y el otro en una cobardía sin paliativos. Se argumenta que se hacen las cosas a medias, en plan sí es no es o aplicando el bai baina de mi tierra, como si fuese posible hacer algo y no hacerlo a la vez, evitando así las engorrosas responsabilidades que se derivan de tomar el toro por los cuernos admitiendo que uno hace lo que puede pero arreando con todas las consecuencias.
Jorge Oteiza daba un valor enorme a la poesía, incluso a la mala poesía, pues consideraba que en la composición de un verso o una estrofa se percibe mejor al autor que en unos párrafos de buena prosa. Razón no le faltaba al artista oriotarra. En la síntesis poética se perciben mejor las hebras de quien la construye que en la lectura de prosas que muchas veces terminan siendo empalagosas de puro haber sido sobadas mientras se buscaba su perfección.
Hace ya unos años de esto. Había terminado el COU con dieciséis primaveras porque los clavo en agosto, dentro de veinte días volveré a hacerlo, y el caso es que mi padre me inscribió en la escuela IADE de Bilbao para tomar clases con don Alfonso Ramil. Aprendí mucho de dibujo a línea y de encaje al carboncillo, o lo que es lo mismo, me preparé concienzudamente para enfrentarme al examen de entrada en Bellas Artes y sinceramente lo digo, convencido estaba de superarlo cuando me enfrenté a la escultura que tenía que representar, al cabellete y al papel Ingres sobre el que iba a plasmar mis logros. Pero entonces apareció don Luis Badosa, titular de la asignatura de Color, y como quien no quiere la cosa nos animó a que manchase el dibujo quien supiera manchar.
Esto de manchar un dibujo tiene su tela. Consiste en dar volumen a la figura en base a manejar las luces y las sombras para resaltarlas en la obra terminada. Yo sabía dibujar a la línea pero en lo de manchar andaba menos ducho y lógicamente suspendí. Durante mucho tiempo pensé que aquelló había sido una jugada hartera, una trampa para osos, porque así resultaba mucho más sencillo discriminar quien dibujaba bien y quien necesitaba de unos cuantos hervores más. Pero después acabe´ por entender lo que pretendía el bueno de Luis y aprendí la lección, pues aquel examen de entrada a La Escuela también consistía en valorar si estábamos preparados para enteneder cuáles eran nuestras áreas fuertes y hasta qué punto podíamos seguir aprendiendo.
Me comporté como un lelo. Creyendo que podía manejarme en una técnica que no dominaba sacrifiqué un buen dibujo a línea para materializar una castaña de imagen manchada.
Hay mucho de esto entre nosotros. El miedo al qué dirán es natural, aunque se nos olvida que los jueces que nos van a juzgar solemos escogerlos nosotros. Así las cosas, antes de pillar el toro por los cuernos con todas sus consecuencias advertimos que sólo estamos jugando aunque en realidad no lo estemos haciendo, solo porque no vaya a ser que alguien nos tome en serio. La tirita antes de la herida, que dicen. Escribo sobre Formula 1, opino sobre nuestro deporte, pero por Dios, sed clementes que lo último que tenía pensado era ofender, ¡snif, snif!
Dentro de poco El Infierno Verde cumplirá su primer año de vida. No tengo muy claro cuánto durará esta aventura pero sí que escribo todas las tardes sin importarme demasiado el qué dirán o si molesto más o menos. Escribo, no junto letras, y recomiendo encarecidamente a quien me lea que jamás se minusvalore poniéndose a la altura de un chimpancé ante una máquina de escribir, porque seguramente él tendrá claro que está jugando y eso que sale ganando, ya que ni finge ni trata de engañar a nadie.
Jorge Oteiza daba un valor enorme a la poesía, incluso a la mala poesía, pues consideraba que en la composición de un verso o una estrofa se percibe mejor al autor que en unos párrafos de buena prosa. Razón no le faltaba al artista oriotarra. En la síntesis poética se perciben mejor las hebras de quien la construye que en la lectura de prosas que muchas veces terminan siendo empalagosas de puro haber sido sobadas mientras se buscaba su perfección.
Hace ya unos años de esto. Había terminado el COU con dieciséis primaveras porque los clavo en agosto, dentro de veinte días volveré a hacerlo, y el caso es que mi padre me inscribió en la escuela IADE de Bilbao para tomar clases con don Alfonso Ramil. Aprendí mucho de dibujo a línea y de encaje al carboncillo, o lo que es lo mismo, me preparé concienzudamente para enfrentarme al examen de entrada en Bellas Artes y sinceramente lo digo, convencido estaba de superarlo cuando me enfrenté a la escultura que tenía que representar, al cabellete y al papel Ingres sobre el que iba a plasmar mis logros. Pero entonces apareció don Luis Badosa, titular de la asignatura de Color, y como quien no quiere la cosa nos animó a que manchase el dibujo quien supiera manchar.
Esto de manchar un dibujo tiene su tela. Consiste en dar volumen a la figura en base a manejar las luces y las sombras para resaltarlas en la obra terminada. Yo sabía dibujar a la línea pero en lo de manchar andaba menos ducho y lógicamente suspendí. Durante mucho tiempo pensé que aquelló había sido una jugada hartera, una trampa para osos, porque así resultaba mucho más sencillo discriminar quien dibujaba bien y quien necesitaba de unos cuantos hervores más. Pero después acabe´ por entender lo que pretendía el bueno de Luis y aprendí la lección, pues aquel examen de entrada a La Escuela también consistía en valorar si estábamos preparados para enteneder cuáles eran nuestras áreas fuertes y hasta qué punto podíamos seguir aprendiendo.
Me comporté como un lelo. Creyendo que podía manejarme en una técnica que no dominaba sacrifiqué un buen dibujo a línea para materializar una castaña de imagen manchada.
Hay mucho de esto entre nosotros. El miedo al qué dirán es natural, aunque se nos olvida que los jueces que nos van a juzgar solemos escogerlos nosotros. Así las cosas, antes de pillar el toro por los cuernos con todas sus consecuencias advertimos que sólo estamos jugando aunque en realidad no lo estemos haciendo, solo porque no vaya a ser que alguien nos tome en serio. La tirita antes de la herida, que dicen. Escribo sobre Formula 1, opino sobre nuestro deporte, pero por Dios, sed clementes que lo último que tenía pensado era ofender, ¡snif, snif!
Dentro de poco El Infierno Verde cumplirá su primer año de vida. No tengo muy claro cuánto durará esta aventura pero sí que escribo todas las tardes sin importarme demasiado el qué dirán o si molesto más o menos. Escribo, no junto letras, y recomiendo encarecidamente a quien me lea que jamás se minusvalore poniéndose a la altura de un chimpancé ante una máquina de escribir, porque seguramente él tendrá claro que está jugando y eso que sale ganando, ya que ni finge ni trata de engañar a nadie.
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