Monza ha perdido con el tiempo lo que Sophia Loren cuando fue atrapada por Hollywood y vio las orejas al lobo en el exuberante escote de Jayne Mansfield.
Tenía pleno sentido rodeado de gigantes y circuitos donde la velocidad no dibujaba filigranas. Vertiginoso siempre, entre 1955 y 1961 contó con una cuerda de 10 kilómetros que se trazaba prácticamente con el pie a tabla hasta que la razón aconsejaba aflojar o dolía el empeine, o el gemelo amenazaba calambres, o el motor o la mecánica decían basta, o el accidente o la muerte llamaban a la puerta.
Hoy, desgraciadamente, Il Tempio della Velocità convive con escenarios rapidísimos, algunos de nuevo cuño, y, obviamente hay que explicarle esto a los chiquillos o se pierden, aunque en el viaje se destruye la magia pues se entiende menos que entre tanta catedral se siga alzando una por encima de todas y los viejos la sigamos llamando El Templo. Total, que se recurre a las estadísticas, a los hitos, a los chascarrillos, y nos merendamos lo poco que le va quedando de leyenda al Autodromo Nazionale di Monza porque Hollywood manda, como comenzó a mandar en la carrera de la diva italiana a partir de 1957...
Os leo.
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