Me siento bastante afortunado, para qué voy a engañaros. Esta mañana, por ejemplo, mientras escribía sobre el libro de Edgardo [José Berg...(Edgardo S. Berg)], he recordado que en 1923 Corto Maltés visitaba Buenos Aires buscando a Louise Brookszowyc, y que a partir de este pequeño azar Hugo Pratt armaba Tango, una de las historias más hermosas que ha protagonizado el héroe navegante, marino, filósofo y aventurero.
Ariel, que soporta la capital porteña al grito de ¡vos no sabés que el país no tené remedio! —como si España lo tuviera, en fin—, es también fan de la Fórmula 1 y de Corto, y cuando por fin enhebramos algún momento lúcido en el que compartir hazañas otoñales, hablamos incluso más de nuestro querido Cortesse y los gatos de Pratt, que del vertiginoso deporte que nos ha tocado en suerte sufrir.
Alonsistas a ambos lados del mundo. Esperanzados los dos en que, al final, la vida reparará lo que nos debe con intereses, nos conocimos a través del Mutantes en la Sombra —él lo consiguió pirata, aunque nos escribía correos a la editorial como si su ejemplar fuese fetén, que yo contestaba sin importarme un pimiento de dónde lo había sacado—, y luego trabamos mejor amistad a cuenta de aquella historieta que me monté en TNC, Tormenta No Controlada.
¿Te gustan los fierros...?
Le gusta el rock cañero, a mí no, pero Golpes bajos, Gabinete Caligari, Tequila, Celentano, Lucio Dalla o Cutugno, o el gigante e imprevisible Franco Battiato, siguen sirviéndonos de puntos de sutura y poniéndonos la banda sonora, como se la ponen seguramente a Fernando mientras espera a Rasputín, de la misma manera que se la pusieron a las madres de muchos que ahora te miran en redes sociales como desde una altura que no tienen ni alcanzarán jamás, sencillamente porque antes éramos infinitamente más generosos...
Ariel maldice la suerte del Nano y reprueba mis ganas de morir y desaparecer con Nürbu, yo, a cambio, le alabo el gusto de pretender seguir vivo para mantenerse en unas constantes de cabreo diario que mi cuerpo no aguantaría. Casó tarde y tiene dos jabatos que dejaron atrás la adolescencia y a los que no vendería jamás, y sé que miente en sus intenciones primarias, pero hablando y recordando cosas comunes se le ve a gusto y eso nos place a los dos...
Tengo suerte de tener cerca a gente como él, como Ernesto, como Álex. Tengo suerte de apreciar cada tontería que me sucede y no ser el protagonista de telenovela mexicana, estirado y con bigotillo de línea sobre el labio, como me dibujan los que me han tomado miedo sin haberlo buscado. Tengo suerte de permitirme recordar cosas que no recuerda nadie, acaso de amar un personaje, Corto, al que la vida le resbala. Y sí, ahí Hugo Pratt estuvo grandioso alumbrándolo en 1967, rodeado de gatos, mirando a las estrellas y sabiendo siempre dónde ir y qué mares navegar.
Os leo.
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