sábado, 1 de junio de 2024

Ferrari


No está el horno para bollos, que decía aquél. 

De tanto abusar del escudo de Baracca en avatares y escapularios, La Scuderia  se nos está quedando para vestir santos, y no es broma, que no hay más que ver cómo ha quedado de dividida la cosa con la victoria de Charles en el Gran Premio de Mónaco.

Empiezas por metabolizar que el pichafloja de Frédéric Vasseur es un auténtico uomo Ferrari y terminas aceptando que cualquier realidad, por chunga que sea, es esa realidad que cuesta tanto mirar a la cara, por cruda, mayormente. 

Los Red Bull no estuvieron en El Principado, a los Mercedes AMG ni se les esperaba. Carlos se había juramentado en apoyar a su compañero, McLaren no debería ser enemigo, Leclerc partía desde la pole... No sé, pero intuyo que hay que ser muy gilipollas —dicho con todos mis respetos—, para entender que el domingo pasado ganó la rossa buena, como si existiera otra mala, perversa, empeñada en joder la fiesta.

Se levantaba Enzo de su tumba y corría a estos mermados a gorrazos antes de volver a su lecho de descanso. Sólo hay una Ferrari. Solía correr como un puto organismo vivo hasta que Luca Cordero di Montezemolo decidió convertirla en un espejo de La Juventus, con Il Commendatore muerto, claro, pues no habría habido huevos de intentarlo con L'Ingegnere vivo, que bueno era Enzo Ferrari cuando le subía la bilirrubina...

Resulta bastante triste todo, para qué os lo voy a negar. Los tifosi ganamos una puta carrera —la de Australia no importó tanto—, y ni así estamos contentos en comunión, como en una ídem o un bautizo, o los esponsales de nuestro amigo del alma con la chica que nos hacía tilín, y talán, y alguna vez soñamos con que nos calentaría la cama y nos libraría de pesadillas dándonos un beso en el cuello y acariciándonos el hombro o la espalda.

Parecemos Haas o un equipo de medio pelo, pero quién seré yo para recomendaros que os cortéis un poco.

Os leo.

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