domingo, 26 de mayo de 2024

La clase media


Venga, canallitas, éste es el deporte británico de toda la vida por el que suspiraban los ingleses y tanto han reivindicado, que una cosa es mirar los toros desde la barrera y otra, bien distinta, meterse en faena, pisar la arena del ruedo, y enfrentarte allí al Miura que te ha tocado en suerte lidiar.

Desigualdad, ventajismos, clasismo via Reglamento entre ricos y parias... Lo que sucede es que no gana quien debería pues anda durmiendo el sueño rosso, y el mejor representante de los isleños trabaja para un individuo al que los british ningunearon en su momento, tildaron de tipo con demasiadas ínfulas y, en el fondo, tragan lo justo. 

El caso es que la del californiano Zak Brown es la mejor apuesta para meter el dedo en el culete de las Prima Donna, pero no satisface el fino paladar de los integrantes del club del tercer gin-tonic, tan dados ellos a hacer arqueología o hablar de tradiciones. Lando y Oscar tienen madera, pero...

Pero se nota la ausencia de Brackley, que es lo que no se dice. Y con Verstappen desaparecido, pone la puntilla un Ferrari, el #16, y resulta tan intolerable la obra maestra de Charles Leclerc en Mónaco, que todo acaba consistiendo en peguitas articuladas con la boca pequeña.

Si no fuera por lo de Stroll, los doce primeros posicionados en parrilla habrían llegado hoy en las doce primeras posiciones, y uno se pregunta que qué pasa si es así. Con Sebastian y Lewis hemos vivido truños peores, pero los mismos medios que nos dicen ahora que esto resulta cuestionable, o insoportable, nos recordaban entonces el dominio de los MP4/4, la magia de Newey o que el verbo arrasar suponía sinónimo de excelencia.

Charles ha hecho lo que tenía que hacer, y la verdad es que sólo cabe quitarse el sombrero ante su actuación en una encerrona de doscientos y pico kilómetros de larga.

Se ha echado a faltar la montonera, la clase media, esa zona tan sensible a las restricciones económicas y los tempos que impone una Normativa hecha a imagen y semejanza de lo que entienden los ricachones del paddock como competir en igualdad de condiciones. Y, en ausencia de alicientes menores o intervenciones de vocalistas teloneros, el Gran Premio de Mónaco ha quedado algo deslucido, hay que admitirlo, lo que no quita, ni tanto así, que Charles Leclerc ha sabido sobresalir entre dioses y humanos en una puta ratonera.

Os leo.

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