Dios me libre de cuestionar los gustos del personal, ni las razones que esgrime cuando toca defender a uno de los suyos.
De Johnny dicen, por ejemplo, que no hay constancia de que fuese el promotor de la cacicada del domingo en Albert Park, a pesar de que la FIA lo incorporó al elenco de comisarios por aportar un puntito profesional, la visión del piloto, vamos, dada su dilatada experiencia en F1 tanto al volante como con la alcachofa en la mano, y, además, al de Brentwood creo que no queda nadie, ni dentro ni fuera de nuestras fronteras, que no lo haya señalado ya con el dedo.
También comentan que lleva muchísimos años en esto —¿a qué me sonará?—, como si fuese razón suficiente para neutralizar que, de manera bastante solvente, ha demostrado no tener pajolera idea ni de cómo se conduce en la actualidad en la máxima disciplina, ni de la razón aerodinámica por la que los pilotos sueltan el pie del acelerador o frenan ligeramente antes de abordar una curva. ¡Háblale tú de downforce o de grip aero vs. grip mecánico...!
El caso es que al británico le queda la fe de sus afines y poquito más, un decorado onanista de autocomplacencia infinita, en el que se categoriza como criterio de autoridad los años de leal servicio y haber ejercido alguna función crítica o analítica desde el teclado, el micrófono o el lado noble de la pantalla —esto también me suena, ¡coño!
Cuando empitoné a Marc Surer me cayó la del pulpo en redes sociales [El bueno de Surer], aunque sigo pensando que es recomendable decirle a esta gente que no tiene ni puta idea, cuando no la tiene, claro, básicamente por evitar que alguien, arriba, considere que resulta adecuado ponerlos a enjuiciar una disciplina que no entienden, aunque, a la postre, les permita ganarse la vida.
Os leo.
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